lunes, 24 de noviembre de 2008

EL ASESINO DEL SUEÑO

EL ASESINO DEL SUEÑO
Paráfrasis de Macbeth de Shakespeare
León Felipe

Adaptación: TALLER DE TEATRO CLÁSICO 2008-2009
FACULTAD DE TEATRO
UNIVERSIDAD VERACRUZANA


PRÓLOGO
EL PICACHO DE LAS BRUJAS

Lugar inclemente. Al fondo, una roca altiva. Se oyen los ruidos de un combate. Lluvia, truenos, rayos. Las tres brujas que están posadas, como cuervos, en lo más alto de la roca, descienden volando. Los nombres de las brujas son: GARDUÑONA, ZURRI-PENCA Y SAPO-VIEJO

BRUJA PRIMERA: Nos precede, y nos anuncia el trueno.
BRUJA SEGUNDA: Nos trae y nos lleva un viento negro.
BRUJA TERCERA: Volaverum... Volaverum... Volaverum.
BRUJA PRIMERA: Díganme, Garduñona y Sapo-viejo
¿dónde nos encontraremos de nuevo?
BRUJA SEGUNDA: En la lluvia, en el rayo y en el trueno.
BRUJA PRIMERA: ¿Cuándo?
BRUJA SEGUNDA: Cuando acabe ese estruendo.
BRUJA TERCERA: Cuando perdida o ganada la batalla, sólo quede el silencio.
BRUJA PRIMERA: ¿Y en qué sitio?
BRUJA SEGUNDA: En el yermo.
BRUJA PRIMERA: Tenemos una cita con Macbeth en el yermo.
BRUJA TERCERA: Allí estaré
BRUJA SEGUNDA: Allí estaré
LAS TRES: Allí estaremos
BRUJA PRIMERA: Lo feo es bello y lo bello es feo.
BRUJA SEGUNDA: Sobre la niebla pálida y sobre el aire fétido
LAS TRES: Tenemos una cita con Macbeth en el yermo.
Volaverum... Volaverum... Volaverum...
(Se van volando.)

CUADRO 1

LA TIENDA DE DUNCAN

Al fondo, una gran puerta. A la derecha, un sitial rústico hace de trono. Entra LENOX ayudante de DUNCAN, seguido de dos soldados que sostienen a un sargento herido.

SARGENTO: Llévenme a ver a Duncan.
LENOX: Cuando las heridas te hayamos vendado.
SARGENTO: ¡Quiero primero ver a Duncan!
(Grita delirando.)
(Sale DUNCAN con su hijo MALCOM y permanecen en la puerta de la tienda.)
DUNCAN: ¿Qué ocurre? ¿Quién es este soldado?
LENOX: Es un sargento herido se desangra y habla como si delirase o estuviese borracho.
SARGENTO: Quiero ver a Duncan
DUNCAN: Yo soy Duncan
SARGENTO: (A Lenox) ¿Él es Duncan?
LENOX: Duncan y su hijo Malcom
SARGENTO: Señor… Le traigo nuevas del combate, y antes que muera debo hablarle
DUNCAN: Habla
SARGENTO: Estaba indecisa la batalla... y en un momento, se vieron los dos bandos quietos y paralíticos como dos nadadores exhaustos... Entonces... Macdowal digno de ser rebelde porque en su cuerpo y en su espíritu todas las traiciones de la naturaleza se han amontonado ... recibió del oeste un refuerzo de tropas mercenarias ... La Fortuna, como una prostituta parecía sonreír al renegado . . . pero fue todo inútil ... porque Macbeth ... ese valiente primo suyo . . . a la Fortuna despreciando . . . levantó las armas... por entre las filas de traidores se fue al encuentro de Macdowal como un rayo... De un golpe lo abrió en canal, desde la gorja hasta el ombligo...!
Le cortó la cabeza después y se la trajo a nuestro campo. Allí está ahora colgada de una almena para festín de los cuervos.
DUNCAN: ¡Valeroso primo! ¡Aguerrido y varonil soldado!
SARGENTO: Pero escucha, Duncan, no bien la justicia y el valor se pusieron de pronto a nuestro lado, cuando Sueno con armas frescas y refuerzos de nuevos soldados, volvió al ataque con más brío.
MALCOLM: ¿Y qué hicieron entonces nuestros capitanes? ¿No se amilanaron?
SARGENTO: Yo no he visto jamás coraje como el de Macbeth y de Banquo.
Caían sus mandobles a diestra y a siniestra sobre el enemigo...
Por la causa y por este país, se batieron como los Doce Pares juntos del viejo Carlo Magno.
Si estas heridas me dejasen, le contaría hazañas que parecen milagros...
Pero no puedo más ... Creo que se me escapa el alma.
DUNCAN: Llévenlo al cirujano.
(Se lo llevan desmayado. Entra ROSS.)
LENOX: Llega Ross. Parece portador de gloriosos eventos.
ROSS: ¡Duncan! Le traigo faustas nuevas de nuestro campamento.
DUNCAN: Habla.
ROSS: Los pendones enemigos flameaban como buitres compactos en el viento
y casi ocultaban con sus oscuros pliegues funerarios el cielo. El mismo Sueno, venía al frente de aquel terrible ejército que estaba ¡Qué vergüenza! reforzado con las tropas de Cawdor, su mejor amigo, Duncan.
MALCOLM: ¡Ah, zorro viejo!
DUNCAN: Manejando la astucia y el engaño, Cawdor es un gran estratega y un traidor experto.
ROSS: Pero he aquí, que Macbeth, su primo, y de Marte y Valona, el hijo predilecto, al mismo Sueno lo reta en singular combate. Luchan acero contra acero… y ¿a qué seguir? Quiero adelantar, sin más dilaciones el suceso. La victoria es de este país. . . y el honor, Duncan, es de usted.
DUNCAN: ¡Dicha sin nombre!
ROSS: Sueno, capituló. Pero aún no le hemos permitido que dé sepultura a sus muertos.
DUNCAN: Con él, sean piadosos.
ROSS: ¿Y con Cawdor?
DUNCAN: Él no traicionará más nuestro afecto. Ve a la ciudad, Ross, y que pregone su sentencia de muerte el pregonero.
Y el título de Cawdor, que yo le diera un día, sea el trofeo de Macbeth. Que él lo lleve desde ahora… ¡Mi mejor soldado y mi honorable primo!


CUADRO 2

LA CITA DE LAS BRUJAS EN EL YERMO

Paisaje desértico. Truenos y relámpagos. Las tres brujas.

BRUJA PRIMERA: ¿Dónde andabas, Garduñona?
BRUJA SEGUNDA: Matando puercos.
¿Y tú dónde andabas, hermana?
BRUJA PRIMERA: Me topé con la mujer de un marinero
que roía y rumiaba castañas.
¿Me das una? le dije. El diablo te lleve, bruja arpía, me respondió, haciéndome la santiguada... Su marido partió para Alepo en El Tigre... Lo voy a seguir, navegando en una criba untada con la ponzoña de la víbora y el veneno de la mandrágora. Y como una vieja rata sin cola... trabajaré… Trabajaré... trabajaré...
BRUJA SEGUNDA: Yo te daré el ciclón de las galernas.
BRUJA PRIMERA: Con eso ya me basta, porque conozco bien los rumbos de los pilotos, en el mapa. Lo dejaré seco al marido de la mujer de las castañas... Ni de día ni de noche entrará el sueño por sus salitrosas pestañas. No naufragará... mas vivirá como un proscrito, nueve veces nueve. . . nueve terribles semanas. Se pondrá pálido y enjuto, casi moribundo, como una seca sargaza... Tengo un talismán.
BRUJA SEGUNDA: Enséñanoslo hermana.
BRUJA PRIMERA: Mírenlo... Es el dedo pulgar de un piloto que naufragó cuando hacia su casa navegaba. (Tambor dentro.)
BRUJA TERCERA: ¡Un tambor! ... ¡Un tambor! ... Macbeth se acerca.
BRUJA PRIMERA: Hermanas de la sombra, mensajeras fatídicas del mar y de la tierra... Giremos y giremos, hagamos la ronda, cerremos la rueda,
giremos y giremos... Gire la negra rueca...Tres veces giremos. . . Demos por ti tres vueltas...y tres ahora por mí... y tres ahora por ésta...tres... tres... tres... hasta que sean nueve.
BRUJA SEGUNDA: Nueve vueltas.
BRUJA PRIMERA: Nueve vueltas siniestras.
Este es el conjuro... ¡La maldición está hecha!
BRUJA SEGUNDA: ¡Silencio! ¡Silencio!
(Entran MACBETH Y BANQUO. se tiran a un lado.) ¡Silencio, que ya Ilega!
MACBETH: Día extraño, en verdad, es éste, Banquo.
¿No encuentras que es horrible y hermoso al mismo tiempo?
BANQUO: ¿A qué distancia estaremos?
MACBETH:¡Pero mira allí! ... ¡Mira aquello!
BANQUO: ¿Quiénes son esos seres andrajosos, míseros, escuálidos y negros?
MACBETH: ¿Son habitantes de la Tierra?
BANQUO: ¿Eh? . . . ¿Viven o son manifestaciones del misterio a quienes el hombre puede interrogar?
LAS TRES: (Con el dedo en los labios.) ¡Chist!
BANQUO: Me entienden, ya lo veo. Digan pronto quienes son. Mujeres parecen... Pero esas... ¿Cuál es su sexo?
MACBETH: ¿Quiénes son? ¡Hablen! ¿Saben hablar?
BRUJA PRIMERA: Sabemos.
MACBETH: Digan lo que saben.
BRUJA PRIMERA: ¡Salve, Macbeth! ¡Que el título de Glamis tienes!
BRUJA SEGUNDA: Señor de Cawdor, deja que te saludemos.
BRUJA TERCERA: ¡Salve, Macbeth, que mañana serás soberano!
BANQUO: (A MACBETH que se estremece.) ¿Por qué te sobrecoges? ¿A qué ese miedo? ¿Por qué tiembla, señor, si los presagios que le acaban de hacer no pueden ser más halagüeños? . . .
¡Díganme ahora algo a mí! Han saludado a mi amigo con títulos que no tiene, y con grandes augurios. Si pueden penetrar en las semillas que caen sobre los surcos del tiempo y decir cuál ha de germinar y cuál no… díganmelo, que yo nada pido y nada temo.
BRUJA PRIMERA: ¡Salve!
BRUJA SEGUNDA: ¡Salve!
BRUJA TERCERA: ¡Salve, Banquo, Salve!
BRUJA PRIMERA: Menos grande que Macbeth, y más grande.
BRUJA SEGUNDA: No tan feliz y más feliz que Macbeth.
BRUJA TERCERA: Engendrarás soberanos, pero no serás soberano como Macbeth.
LAS TRES: ¡Salve, Macbeth y Banquo, Salve! (Se alejan,desvaneciéndose.)
MACBETH: ¡Deténganse, oráculos impuros, deténganse!… ¡Hablen más claro!
Tengo el título de Glamis porque muerto mi padre, fui su legítimo heredero.
Pero Señor de Cawdor ¿por qué? ... Si Cawdor vive, es un ilustre señor.
Y en cuanto a ser soberano, si Duncan es... ¿Cómo puede ser eso? ...
Mas... ¿por qué han hablado con este tono sombrío de misterio?
Y aquí... ¿por que aquí? ... en este desamparado yermo batido por el huracán
y aporreado por el trueno.
¿Por qué en este sitio sin ventura nos cortan el camino con esos saludos proféticos?
¡Hablen! ... ¡Hablen más claro! ... ¡Yo se los ordeno!
BANQUO: La tierra tiene burbujas como el aire y como burbujas, esas voces desaparecieron.
MACBETH: Y ¿dónde están ahora?
BANQUO: En el aire... sus cuerpos se han fundido como la respiración
en el viento.
MACBETH: ¿Por qué no se quedaron?
BANQUO: ¿Hemos hablado con alguien? ¿No habremos comido la raíz de mandrágula que trastorna el cerebro?
(Después de una pausa, MACBETH a BANQUO, burlón.)
MACBETH: Eres semilla de soberanos.
BANQUO: Y tu serás soberano mañana.
MACBETH: Señor de Cawdor me hicieron. ¿No fue así?
BANQUO: Así fue. En un tono solemne y con esas palabras mismas lo dijeron... Pero mire quién llega. (Entra ROSS)
ROSS: ¡Albricias, invencibles capitanes!
¡Duncan sabe que la victoria la ha ganado su poderoso brazo, Macbeth, alados mensajeros, raudos llegaron a contarle sus hazañas inconcebibles y sobrenaturales. Unos decían que le dio su épico mandoble Durandarte, Y otros, que luchaba con la espada y el escudo de Marte.
Alegre y orgulloso, busca Duncan ahora, para recompensarlo, con el galardón más grande. Como previo honor únicamente, de los que le dará más adelante,
Duncan me dijo que lo llamara Señor de Cawdor... y con este título lo saludamos, Macbeth.
BANQUO: ¿Pueden decir verdad tres seres infernales?
MACBETH: Cawdor vive... Me visten de prestado con ropas honorables.
ROSS: Vive, en efecto, Cawdor, mas una sentencia inexorable pesa sobre su vida. Traidor fue, convicto está, y de las garras del verdugo nadie podrá arrancarlo.
MACBETH: Glamis y Señor de Cawdor... y ¡aún falta lo más grande!
(A ROSS) Gracias, amigo, gracias.
(A BANQUO) Tus hijos serán soberanos... ¿No fueron éstas las palabras?
Aquellas voces misteriosas, y oscuras, por lo visto, eran voces sagradas.
¿No soy yo Señor de Cawdor? ... ¡Pues tus hijos serán soberanos!
BANQUO: Si se aferrara esa creencia a su alma puede creer también que será soberano mañana. Con frecuencia, para perdernos, agentes infernales urden halagüeñas patrañas.
(Se separa de MACBETH y conversa con Ross. MACBETH, ensombrecido y como sonámbulo, dice:)
MACBETH: Dos predicciones van cumplidas... y la otra... “Macbeth mañana serás soberano". . . Mañana. ¿Cuándo es mañana? En la historia se dice mañana sin precisar el tiempo... como se dice ayer... Se dice ayer para indicar algo que sucedió hace años, y mañana... algo que no se sabe cuándo pudiera suceder. Ese mañana, entonces, no es mañana mismo. Duncan vive...
Aún no ha muerto... Y si muriese... su hijo Malcolm, a Duncan según las leyes, le debe suceder.
¿Cuándo es mañana? ... ¿Dentro de cuántos años es mañana? ¿Qué quiere decir "Mañana serás soberano"? Los presagios son tres. Y el segundo se ha cumplido en menos de una hora... ¿Cuánto debo esperar para el tercero? Mañana, Mañana, Mañana... ¿Cuándo es mañana? ¿Mañana es dentro de diez años o cuando cante el gallo en el primer amanecer?
Y si mañana es mañana mismo, dentro de unas horas, para que se cumpla el presagio ¿qué debe acontecer?
¡No, no! ¡Lejos de mi, imagen espantable! El horror me paraliza, coagulada de frío, la sangre...
Los temores de la imaginación son más terribles que los temores reales.
BANQUO: No caviles ya más, Señor de Cawdor.
MACBETH: (Sobrecogido.) Si la fortuna ha decretado que yo venga a ser soberano, que me coronen sin que se mueva un solo dedo de mis manos.
BANQUO: Ahora te sienta él título de Cawdor como vestido nuevo,
mas con el uso lo llevarás con desenfado.
MACBETH: Nada se ha de parar... Y el tiempo ha de correr sobre los días y los hechos infaustos.
BANQUO: Macbeth, ¿qué nos manda? Estamos esperando.
MACBETH: (Volviendo en si.) Perdónenme. Éste mi indómito cerebro se entretenía con la rumia de recuerdos lejanos... Ilustre caballero, sus servicios quedan apuntados en un libro cuyas páginas revisaré todos los días con cuidado. Nos aguarda Duncan, hacia su tienda vamos.
(Camina ROSS.) Piensa en lo ocurrido y más tarde, ya con el espíritu sereno, después de haber reflexionado sobre este misterioso encuentro, y luego que hayamos decidido... si es realidad o sueño, largamente hay que hablar.
BANQUO: Largamente... largamente...
MACBETH: Hasta entonces... ¡silencio!


CUADRO 3º

MACBETH SEÑOR DE CAWDOR

Exterior de la tienda de DUNCAN. DUNCAN, MALCOLM,
LENOX y acompañamiento. DUNCAN en su rústico trono.

DUNCAN: ¿Murió Cawdor?
MALCOLM: Los encargados de ejecutar la sentencia no han regresado todavía. He hablado con uno que lo ha visto morir. Refiere que confesó su villanía y que imploró su perdón, Duncan, con el alma sinceramente arrepentida. Nada enalteció tanto su vida como esta manera de perderla. Aceptó la muerte con gran serenidad, y a las personas y a las cosas del mundo, más queridas, como si fuesen futiles bagatelas les dio una desdeñosa despedida.
DUNCAN: Nadie conoce el alma por los rasgos y el gesto de la fisonomía. Jamás pensé que en el rostro de Cawdor se agazapasen la traición y la mentira... Pero aquí llega Macbeth. (Entra MACBETH y se arrodilla ante DUNCAN.) Levántate, hijo mío... El pecado de la ingratitud para con tu invicta persona como una losa pesada de plomo me agobia. El ala más rápida de la recompensa es lenta para pagar tu gloria. Te debo tanto, que pienso que no te pagaría ni con todo mi poder.
MACBETH: La lealtad y el deber se consideran pagados siempre con sus propias obras. Su grandeza consiste en recoger nuestras hazañas más gloriosas y prenderlas en su regio manto, que es el manto de la nación, como amorosas joyas.
DUNCAN: He comenzado a plantarte como a un pino al que he de cuidar tanto, que su copa pienso que ha de subir un día hasta la estrella más remota... Y tú, querido Banquo, que lo mereces todo y tan poco ambicionas... Deja que te estreche contra mi corazón.
BANQUO: Si en él germinó... sea la cosecha toda suya.
DUNCAN: Mi placer me lleva hasta llorar. Quiero esconder bajo mis lágrimas la alegría que sube a mi garganta y se desborda. (Transición.) Señores, hijos míos, amigos y allegados, sepan que hemos decidido trasmitir el mando a nuestro hijo, Malcolm, por lo cual lo nombramos ahora heredero... Honraremos después a otras personas porque el soberano necesita, como el sol, satélites y estrellas de jerarquía luminosa.
MACBETH: Señor, mi casa de Ivernes, está cerca de aquí a una jornada, de tres horas. Hónreme y sea mi huésped esta noche.
DUNCAN: Nada puedo negarte ahora.
MACBETH: Y permita que me adelante para anunciárselo a mi esposa.
Seré yo mismo su mensajero.
DUNCAN: A tu zaga marchamos. Llegaremos antes que el sol se ponga.
(Entran todos en la tienda. Queda solo MACBETH.)
MACBETH: Malcolm ¡el heredero de Duncan! He aquí un estorbo inesperado que si no salto, en él tropezaré.
Estrellas... apaguen su luz... no vean mis oscuros designios,
y mis negros deseos no alumbren...
Ciérrese el ojo ante la mano, que el ojo medroso no vea, mas que cumpla la mano lo que el ojo medroso no se atreva a ver. (Sale.)

CUADRO 4

LADY MACBETH: EL GENIO IMPÁVIDO
DEL CRIMEN

Ivernes. Patio con arcadas al fondo, y una gran escalera. A un lado se ven las ventanas del banquete, que luego se iluminará. Lady Macbeth, apoyada en una columna, en primer termino, lee una carta.

LADY MACBETH: ... Me salieron al encuentro después de la victoria, y seguro estoy que saben, más que los mortales. Cuando, enardecido, quise hacerles más preguntas, se confundieron con el aire y en el aire desaparecieron. Me quedé como en sueños.
Entonces llegó un mensajero de Duncan y me proclamó, en su nombre, Señor de Cawdor, título con el que me habían saludado antes las hermanas fatídicas, añadiendo además:
¡Salve, Macbeth, que mañana serás el soberano! …
Me ha parecido prudente comunicarte lo ocurrido, ¡amada compañera de mi grandeza!, para que no pierdas tu parte de alegría
en este gran presagio que el Destino te anuncia.
Esconde esto en tu corazón, y adiós...
Glamis eres y Señor de Cawdor...
y como te han prometido, serás mañana soberano…
pero tu alma es dulce y está cargada de ternura
para elegir el camino más corto.
Quieres serlo, te acucia la ambición, pero te
falta la maldad…
Ansías el poder, pero lo ansías santamente…
Quieres jugar sin trampas… y aceptarías sin
escrúpulo una ganancia injusta…
Quieres ceñirte el poder, mas te arredra
lo que es preciso hacer para ceñirse ese poder.
Tu miedo es mayor que tu deseo...
mas yo verteré en tus oídos mi coraje
y derribaré con mis palabras elocuentes
todas las vallas que se alcen ante el regio destino, que te anuncian voces sobrenaturales.
(Entra un criado.)
CRIADO: Señora...
LADY MACBETH: ¿Qué noticias hay?
CRIADO: Esta misma noche llega Duncan.
LADY MACBETH: Loco estás. . . ¿No viene con él tu señor? Me hubiera avisado para recibirlo.
CRIADO: El señor se aproxima... Uno de sus hombres se adelantó y acaba de llegar sin más aliento que el preciso para dar la noticia.
LADY MACBETH: Atiéndelo, que es portador de grandes nuevas.
(Sale el criado.)
Ni el cuervo grazna... Nada anuncia
la entrada fatal de Duncan, bajo mis almenas.
Vengan a mí, genios protervos que guardan los pensamientos asesinos.
Cambien mi sexo y llénenme desde la raíz de los cabellos hasta las uñas de los pies, de la más sanguinaria crueldad.
Aprieten y endurezcan mi sangre...
Cierren en mi cuerpo a la piedad, todas las puertas y ventanas.
Ni un resquicio por donde pueda llegar la misericordia al corazón.
Que nada turbe mis oscuros designios...
Que nada se cruce entre el deseo y la inmediata ejecución
Entren en mis pechos maternales, y conviertan la leche en hiel, genios impávidos del crimen...
Baja, negra noche, y empapa bien tu oscuro sudario en los fétidos vapores infernales...
Que mi agudo cuchillo no vea la herida que va a abrir,
y que Dios, espiándome por entre las cortinas tenebrosas del cielo
no pueda gritar: ¡Basta! (Entra MACBETH.)
¡Glamis, Señor de Cawdor... más grande que los dos porque mañana serás soberano!...
Tu carta me llevó más allá de este presente rústico y me hizo gozar de un futuro imperial.
MACBETH: Duncan llega esta noche.
LADY MACBETH: ¿Y cuándo partirá?
MACBETH: Mañana, tal es su deseo.
LADY MACBETH: Jamás verá el sol ese mañana…
Tu torvo rostro, dulce Macbeth, es un libro
donde se pueden leer extrañas cosas,
Para engañar a los hombres, hay que ser, como los hombres son.
Lleva la alegría en los ojos, en las manos y en la lengua...
Preséntate como una flor inocente,
pero sé la serpiente que se esconde bajo la inocencia.
(Trompetas.)
Duncan llega. Ocupémonos de él.
El gran negocio de esta noche, déjalo a mi cuidado.
Todo lo haremos según mi proyecto. Después, las noches y los días venideros darán testimonio de nuestro poder; de nuestro mando y de nuestra imperial soberanía.
MACBETH: Hablaremos más tarde.
LADY MACBETH: Mira franco y tranquilo, la mirada intranquila es indicio de miedo... Vamos... Que el resto es cosa mía.
(Salen.)
(Trompetas. Entran DUNCAN, MALCOLM, BANQUO, LENOX, MACDUFF, ROSS y acompañamiento.)

DUNCAN: ¡Qué bello está el paisaje! y qué dulce la brisa, florecido está el campo y las aves alegres nos dan la bienvenida. Hospitalario es todo aquí...
Miren la viajera golondrina, humilde huésped del verano, construyendo tranquila su morada y su lecho en los aleros y cornisas. He observado que donde hace su habitación esta avecilla... En los conventos, en las granjas, en las casas antiguas, el aire es puro y la vida sencilla...
Bajo sus alas y su vuelo viven siempre almas inofensivas.
(Llega LADY MACBETH.)
Pero aquí está la dama que esta noche su morada hospitalaria nos brinda.
Señora... hemos venido a ofrecerle nuestro amor... y ojalá que este amor no le proporcione molestias excesivas.
LADY MACBETH: Nuestra hospitalidad será una pobre ofrenda en el altar de su presencia generosa y magnífica. Por los pasados y los presentes beneficios, somos, Señor, sus humildes eremitas.
DUNCAN: ¿Dónde está el nuevo Señor de Cawdor? Lo seguimos de cerca, pero su amor, agudo, a encontrarla volaba, no corría.
Sus huéspedes somos esta noche, y deseamos que les sea dulce nuestra compañía.
LADY MACBETH: Nuestra casa y nuestro hacer es algo que a usted le pertenece, igual que nuestra vida.
DUNCAN: Amamos a su esposo tiernamente y sobre él verteremos honores y gracias sin medida. Condúzcame a su encuentro. Deme la mano, dulce dama nobilísima.
(Oscuridad. Pasan unas horas. Es de noche. Están encendidas las ventanas del salón del banquete, que miran al patio. Van y vienen criados con manjares y viandas. Escapado del banquete, entra MACBETH.)

MACBETH: Si la cuestión no fuese más que hacerlo... lo mejor sería hacerlo en seguida... hacerlo. Si con el asesinato se cerrasen todas las puertas y no quedase nada detrás abierto... ¡Si con este golpe se hiciese todo... y terminase todo aquí, aquí abajo... en esta oficina del tiempo! No me cuido de la vida futura... Ni en el cielo ni en el infierno pienso. Se nos juzga aquí mismo... Se nos juzga aquí siempre...
Porque sucede que nosotros inventamos monstruosos actos sangrientos.
Y luego, esos mismos actos se vuelven contra el inventor...
Y sucede también que un ser invisible y justiciero nos pone en los labios el mismo cáliz con la misma amarga ponzoña que nosotros hemos compuesto.
Aquí está Duncan tranquilo, bajo una doble salvaguardia:
soy su honrado servidor y su honorable primo.
Además, está en mi casa... Va a dormir en mi lecho. Debería cerrar las puertas a los asesinos, como un hospitalario caballero, y no empuñar el cuchillo yo mismo
Luego... ¡Duncan es tan dulce tan paternal, tan generoso y justiciero!
Sus virtudes clamarían como trompetas angélicas contra este crimen,
hasta despertar, sobrecogida, la tranquila y augusta serenidad del cielo...
La piedad, como un niño recién nacido, cabalgando en los lomos de un huracán siniestro, o como un querubín transportado en las alas de invisibles corceles sin freno, llevaría este crimen sin nombre al rincón más remoto y
oscuro de todo el universo, y haría verter lágrimas piadosas a las mismas cuencas duras y tenebrosas del averno. No tengo más espuela para aguijar los flancos de este negro corcél de mi deseo, que la ambición... ¡La ambición que salta por encima de todos los obstáculos y me lleva desbocadamente a los infiernos!
(Entra LADY MACBETH.)
LADY MACBETH: Está acabando de cenar... ¿Por qué te saliste del banquete?
MACBETH: ¿Preguntó por mí? ¿Me ha echado de menos?
LADY MACBETH: ¿No lo sabes?
MACBETH: En este asunto ya no debemos ir más lejos. Me ha colmado de honores. Ahora, después de él, soy el hombre más querido. Gozo de una opinión brillante y no quisiera despeñarme tan pronto desde la gloria al cieno.
LADY MACBETH: Ayer estaba ebria tu esperanza, luego se durmió como un borracho siervo... y al despertar ahora, ve pálido y marchito lo que supo mirar con arrogancia y con imperio.
¡Qué frágil es tu amor!... No eres el mismo en ánimo y en obras, que en deseos... quieres comer pescado sin mojarte los pies, como el pobre gato del cuento.
MACBETH: ¡Calla!... ¡Cierra esa boca! A lo que se atreva un hombre, yo me atrevo. Y no es un hombre el que se atreva a más.
LADY MACBETH: ¿Qué bestia, entonces, te impulsó a revelarme este proyecto? Un hombre eras ayer cuando me abriste el ambicioso cofre de tu pensamiento... Y serías un hombre... si asesinaras... antes que a Duncan, al miedo. Juraste por mi amor que juntos llegaríamos, si fuera necesario, hasta el centro mismo del infierno. Escúchame. He amamantado a un niño y sé lo dulce que es para una madre ver a su tierno vástago alimentarse con la blanca leche de sus pechos. Pues bien... Si yo hubiera jurado como tú, antes que romper el juramento, a ese hijo inocente, nacido amorosamente de mi cuerpo, en el instante mismo de mirarme a la cara sonriendo, le arrancaría de sus tiernas encías el pezón de mi pecho, y le estrellaría contra una dura piedra los sesos.
MACBETH: ¿Y si fracasáramos?
LADY MACBETH: No fracasaremos.
¡Levanta tu valor hasta el picacho bárbaro, primitivo y epopéyico!
Cuando Duncan, esté dormido, y este rudo viaje ha de sumirlo en un profundo sueño, embriagaré con vino, mezclado con beleño, a los dos centinelas.
Con esta bebida perderán la memoria, el centinela del cerebro,
y sin sentido, se derrumbarán en seguida como puercos.
Entonces... ¿qué no podremos hacer tú y yo, con Duncan indefenso?
Después... Después todo será más fácil. A los esponjosos oficiales, su negligencia imputaremos.
MACBETH: Darás al mundo, sólo hijos varones.
Sólo machos pueden salir de tus entrañas.
LADY MACBETH: Luego, mancharemos de sangre a los dos centinelas dormidos... Con sus mismas dagas, la muerte de Duncan consumaremos... Y... ¿quién cargará con la culpa del asesinato, sino ellos?
MACBETH: ¿Y quién se atreverá a decir que hemos sido nosotros, cuando ante el cadáver prorrumpamos en agudos lamentos?
¡Nada me detendrá!... Ahora, compañera de mi grandeza, ¡estoy resuelto!
Desplegaré como para una gran batalla, todos los agentes malditos de mi cuerpo.
¡Adelante!... Compongamos para los ojos que nos miren, el rostro más risueño...
Un rostro alegremente falso, debe ocultar lo que conoce un corazón perverso.

CUADRO 5

ASESINATO REGIO

El gran patio de Ivernes. Noche. Entran BANQUO y FLINCE, su hijo. El padre está dentro de la arcada y el hijo camina con una antorcha encendida. Por el patio, abierto, bajo el cielo oscuro.

BANQUO: ¿Cómo va la noche, hijo mío?
FLINCE: Despacio, padre. La noche va Despacio. La luna ya se fue y el centinela aún no ha cantado.
BANQUO: Deben de ser las doce.
FLINCE: Más de las doce, padre.
BANQUO: El cielo está económico esta noche, y todas sus antorchas ha apagado. Sostenme la espada, Flince... me pesa... estoy cansado... y quiero dormir... Nuestro albergue me parece que está por este lado. (Van a salir. Se oyen Pasos.) ¿Quién va allá? (Entra MACBETH con un criado que lleva una antorcha.)
MACBETH: Un amigo.
BANQUO: ¿Cómo señor? ¿Todavía está sin acostarse? Duncan descansa ya. Lo he visto como nunca esta noche. Estaba alegre y franco. A su servidumbre magnánimamente la ha recompensado. Y a su esposa, señor, por su hospitalidad inolvidable un diamante soberbio le ha obsequiado.
MACBETH: Nos tomó de improviso. Nuestra voluntad no halló Lo necesario para honrarlo.
BANQUO: Todo ha marchado bien... y... sobre las fatídicas hermanas,
¿no ha seguido meditando?
MACBETH: ¡No! ... Pero cuando la hora sea más favorable, hablaremos de ese acontecimiento misterIoso, despacio.
BANQUO: Cuando le agrade, Glamis...
MACBETH: Nada más, por ahora. Pero si se cumpliesen todos los presagios,
Ilegado el momento, ganarás en honor.
BANQUO: Siempre que no pierda, al querer aumentarlo, y que mi sueño siga siendo inocente, dejaré aconsejarme.
MACBETH: Descansa entre tanto.
BANQUO: Buenas noches, Macbeth.
MACBETH: Buenas noches, Banquo. (Salen BANQUO Y FLINCE.)
(Al criado) Llega a decirle a tu ama que cuando esté dispuesta mi bebida
me lo anuncie tocando la campana. Luego vete a dormir.
(MACBETH espera. Después de una pausa angustiosa, dice el monólogo siguiente como un delirio sonambúlico:)
¿Qué es eso que se mueve ante mis ojos? ¿No es un puñal con el mango hacia mi mano vuelto? Ven... ven. (Intenta agarrarlo)
No te puedo tomar. Ni siquiera tocar, pero te veo.
¡Fatal ilusión, a mis ojos sensibles y no a mis dedos!
¿Existes o no existes? ¿Eres sólo el puñal de un loco pensamiento...
la daga inexistente de un delirante cerebro? Tú me indicas la dirección que debo seguir y el arma que debo tomar en este sanguinario proyecto.
Ahí estás otra vez... como una víbora en el viento. Ahora puedo ver en tu mango y en tu lengua de acero, gotas de sangre que no tenías antes...
¡Basta! ¡Basta!... Éste es un juego necio.
Es la hora de los maleficios en que la mitad del mundo yace muerto, y las pesadillas monstruosas, como ratas, se esconden en el horado del sueño...
La hora en que tributan sus ofrendas a Hécate los astrólogos y los hechiceros y el sombrío asesino avanza hacia su víctima con la cautela de un especto. ¡Tierra sólida y firme, apaga mis pasos... que no los oigan las piedras que huello! Gritarían donde voy, despavoridas de terror y espantarían el silencio...
Pero hablo y grito y amenazo, mientras él respira allí en su lecho. El aliento de mis palabras enfría la ejecución de mi deseo. (Suena la campana)
¡Voy!... La campana me llama. ¡No la oigas, Duncan! Su tañido te abre las puertas del cielo o del infierno. (Sale. Queda la escena sola un momento. Entra LADY MACBETH)
LADY MACBETH: Me ha dado a mí valor lo que los ha embriagado a ellos. Lo que los apagó, me encendió la sangre... (Pausa) Nada se mueve ahora... Se oye sólo el silencio. (Pausa) ¿Qué ruido es ése?... Es el búho que ulula el fatídico pájaro que saluda, siniestro... (Pausa) Las puertas quedaron abiertas. Ya debe haberlo hecho. Los centinelas, ahítos del vino preparado, roncaban en el suelo. En la bebida he vertido una droga somnífera, y la vida y la muerte luchan ahora, a vida o muerte en sus cuerpos. Sin embargo, temo que hayan despertado y fracasemos. No nos perdería la ejecución sino el frustrado intento... Dejé los puñales a la vista... ha tenido que verlos... De no haberme recordado a mi padre dormido, yo... la mujer... lo hubiera hecho... Pero aquí llega el hombre.
(Entra Macbeth.)
MACBETH:¡¡Ya está!!... ¿No oíste un ruido?
LADY MACBETH: Oí el canto del búho, y el vuelo sordo de un murciélago. ¿No hablaste tú?
MACBETH: Yo no. ¿Cuándo?
LADY MACBETH: Hace un momento.
MACBETH: ¿Cuando bajaba?
LADY MACBETH: Sí.
MACBETH: No. Yo no hablé.
LADY MACBETH: ¿Quién duerme en el inmediato aposento?
MACBETH: Malcolm y el otro hermano. Había uno que reía entre sueños, y otro que gritaba: ¡Al asesino!... Los dos se despertaron y me quedé paralizado, reteniendo el aliento. Los oí rezar una oración. Uno dijo: Dios nos bendiga, y el otro dijo, Amén. Rezaban temblando, horrorizados de miedo, y cuando dijeron el “Dios nos bendiga”, yo no pude responder: Amén.
LADY MACBETH: No hay que pensar en ellos.
MACBETH: ¿Por qué no pude responder Amén? El Amén se me quedó para siempre sepultado en el pecho... y yo era el que tenía más necesidad de bendición.
LADY MACBETH: ¡Basta!... Si seguimos así, enloqueceremos.
MACBETH: Oí una voz que me gritaba: ¡Ya nunca dormirás! Macbeth, asesinaste al sueño... al inocente sueño que forma un ovillo de seda con la madeja enredada de nuestros afanes domésticos... Baño reparador... dulce muerte de cada día... bálsamo del acongojado pensamiento... y en el festín de la naturaleza, el más nutritivo alimento.
LADY MACBETH: ¿Qué dices?
MACBETH: Y la voz seguía gritando de aposento en aposento: ya nunca dormirás, Glamis... ya nunca dormirás, Cawdor... ya nunca dormirás... Macbeth ha asesinado al sueño ¿Quién era el que gritaba?
LADY MACBETH: ¡Macbeth! Derribas tu coraje con esos enfermizos pensamientos. ¡Anda! Ve a buscar agua y limpiate las manos de ese sucio testimonio sangriento. Pero... ¿cómo?... ¿Trajiste los puñales? Los puñales deben quedar allá dentro. ¡Vete a llevarlos!... y embadurna a los dormidos centinelas con la sangre del muerto.
MACBETH: ¡No!... ¡No volveré allí! Me horroriza pensar en lo que he hecho.
¿Mirarlo otra vez?... ¡No!
LADY MACBETH: ¡Voluntad de milano!... ¡Trae acá!
Los seres dormidos y los muertos no son más que figuras de retablo,
imágenes pintadas en un lienzo. Sólo los niños tiemblan ante la estampa del demonio. Si todavía sangra el viejo, teñiré con su sangre el rostro de los centinelas...
Es forzoso que sea suyo el crimen y no nuestro.
(Sale.) (Queda solo MACBETH. Llaman con fuertes golpes
en el portón del zaguán.)
MACBETH: ¿En dónde están Ilamando?... ¿Qué es lo que me sucede?
El ruido más sutil me llena las venas de espanto.
¿Qué manos son estas?. . . sus uñas se me cIavan en los ojos...
Toda el agua del mar nunca podrá limpiar la
sangre de estas manos. ¡No!... Estas manos sangrientas teñirán de rojo
para siempre, la verde inmensidad del océano. (Entra LADY MACBETH)
LADY MACBETH: Ya son mis manos del color de las tuyas... pero me avergonzaría de tener como tú un corazón tan blando, (Llaman)
Llaman en la puerta del sur... Retirémonos a nuestro cuarto.
ya ves que fácil se hizo todo ... Sé ahora valiente, Macbeth.
Endereza tu ánimo. (Llaman)
Llaman otra vez. Corre a ponerte las ropas de dormir.
Vistete de blanco. Que cuando Ilegue la hora y nos Ilamen, nos vean inocentes. Que no sospeche nadie que estuvimos velando.
(Llaman.)
¡Despierta, Duncan!
¿No oyes que están Ilamando?
MACBETH: ¡Si pudiera despertar!
LADY MACBETH: ¡Vamos pronto!
¡Deja esos miserables pensamientos! ¡Y aligera ya el paso! (Salen.)
(Llaman. Pausa. Entra el portero borracho.)
PORTERO: Eso es Ilamar con garbo. Eso es Lo que se dice
aporrear una puerta como se aporrea un pandero.
Ducho soy en el manejo de La Ilave,
como el portero del infierno... ¡soy el portero del infierno! (Llaman.)
¡Llaman!, ¡Llaman! ¿Quién llama?
¿Quién diablos esta ahi?... Es un labriego que se ahorcó pensando hallar buenas cosechas en la colonia de los muertos.
¡Entra! ¡Entra! ... y escucha, amigo. ¿Traes bastantes pañuelos? Aquí se suda mucho... (Llaman otra vez.) ¡Llaman, Ilaman!...
Están Ilamando de nuevo. ¡Por Belcebú! ¿Quién es? ¡Válgame Barrabás! ¡Si es un sofista fullero! Y jugador de equívocos.
Te conozco. Eres además, un tramposo leguleyo que juras sobre cualquier platillo en la balanza, siempre contra el opuesto.
Equivoquista eres, pero ahora no te equivocaste metiéndote en el cielo, y has venido derecho, como un rayo, al infierno.
(Llaman.) ¡Llaman, Ilaman! ¡0tro Ilama!... ¿Quién va allá? Es un sastre de Londres que le robó las calzas a un sastre de Toledo. Entra y calienta bien tus planchas... Aqui tienes buen fuego. (Llaman otra vez.) ¡Llaman, Ilaman! llaman y Ilaman, Ilaman!... No descanso un momento... ¿Quién eres tu?... Seas quien seas, entra. No me gusta este oficio... Que busque Satanás otro portero. Abrir y cerrar esta cancela es el mayor suplicio del infierno. (Llaman.)
¡Adelante, adelante! ¡Pasen! Pasen, que hay lugar para todos! Lugar para el emperador y lugar para el pordiosero. (Abre la puerta) Adelante!. . . !Adelante… y tengan misericordia del portero!
(Entran MACDUFF y LENOX.)
MACDUFF: ¿Tan tarde te acostaste anoche que tan tarde yaces en el lecho?
PORTERO: Hasta el segundo canto del gallo estuve con unos amigos bebiendo. y tres cosas provoca el beber con exceso.
MACDUFF: ¿Qué tres cosas son esas?
PORTERO: Se enrojece la nariz como un pimiento, se orina en abundancia y nos embarga un dulce sueño. En cuanto a los apetitos amorosos, los excita y los calma al mismo tiempo... aguija el deseo y detiene su ejecución inmediata. Por eso el mucho beber, puede decirse, que es el equívoco libertino de los apetitos venéreos. Los crea y los destruye, los encabrita y los detiene como a un corcel salvaje, con el freno; los endereza y los arruga, los neutraliza en un sueño, y negándolos, al fin los abandona...
MACDUFF: ¿A ti te ha ocurrido todo esto?
PORTERO: A mi me ha ocurrido, señor, pero yo soy más fuerte que el vino más añejo. Cuando me embriago ya sé que me coge por las
piernas... pero yo al fin le echo la zancadilla y lo tumbo en el sueño.
MACDUFF: ¿Se ha despertado ya tu amo?
(Entra MACBETH. El portero se diluye.)
LENOX: Aquí llega. Buenos días, señor.
MACBETH: Buenos días, amigos.
MACDUFF: ¿Se levantó ya Duncan?
MACBETH: No... Todavía no.
MACDUFF: Me ordenó despertarlo con el alba y va a salir ya el sol.
MACBETH: Cumple tu deber... ya conoces la casa. Sube esa escalera.
La cámara de Duncan es la puerta central del primer corredor.
(Sale.)
LENOX: ¿Hoy mismo parte Duncan?
MACBETH: Creo que hoy mismo, Lenox.
LENOX: Mal tiempo para viajar por estos yermos.
La noche ha sido indómita. Derribó la espadaña de la iglesia el viento,
y se han oído en el aire, gritos desgarradores y lamentos.
Voces extrañas, con un lúgubre acento, han pronosticado tumultos y sanguinarios sucesos.
El búho ha gemido sin cesar, y algunos aseguran que sintieron temblar la tierra como si otra vez el Redentor del mundo hubiese muerto.
MACBETH: ¡Noche tremenda ha sido!
LENOX: Nada semejante recuerdo.
(Entra MACDUFF.)
MACDUFF: ¡¡Horror!! ¡¡Horror!! ¡¡Horror!! ¡Húndase la tierra de espanto!
¡Ni el alma puede concebirlo, ni la lengua nombrarlo!
LENOX: Di qué pasa.
MACDUFF: ¿Qué asesino sacrílego, el templo del ungido ha profanado
y su, vida robó del santuario?
LENOX: ¿Qué vida?
MACDUFF: La de Duncan.
LENOX: ¡Imposible!
MACDUFF: Llega y compruébalo con tus mismos ojos.
LENOX: ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Traición y asesinato!
MACDUFF: ¡Toquen la campana de alarma! ¡Despierten todos! ¡Despierta, Donalbain! ¡Despierta, Malcolm! ¡Salgan de su sueño, remedo de la muerte! ¡Y vean la muerte misma!... ¡Levántense!
(Entra LADY MACBETH.)
LADY MACBETH: Pero ¿qué ocurre? ¿Es el juicio final? ¿Por qué esos gritos y ese tañido de rebato?
MACDUFF: ¡Dulce dama! Su ternura de mujer no podrá ver lo que sucede... ni escucharlo. (Entra BANQUO.) ¡Amigo, capitán, ha sido muerto nuestro soberano!
LADY MACBETH: ¿Aquí... en nuestra casa?
MACDUFF: ¿Qué importa dónde?
BANQUO: ¡No, es posible!... ¡Despierta, Macduff! ¡Estás soñando!
MACDUFF: ¡Entra a verlo! Y acudan a sus hijos... Ocupense de Donalbain y Malcolm. (Sale BANQUO)
MACBETH: Yo debía haber muerto antes que esto ocurriese. Nada es serio en la vida... Estamos en las manos de un destino burlón... Vive lo ruin... y el vino más antiguo corre por el suelo derramado.
LENOX: Pero ¿quién pudo ser?
MACDUFF: Los centinelas. Los han hallado ebrios, con los puñales rojos de sangre entre las manos.
MACBETH: ¡Les arranqué la vida con la furia del primer arrebato!
MACDUFF: No debió hacerlo sin que antes hubiesen declarado.
MACBETH: ¿Quién puede ser en un momento así iracundo a la vez y reposado?
¿Cómo yo, que lo amaba como a un padre, podría detenerme ante aquel espectáculo?
Aquí Duncan, yacente, con las anchas heridas abiertas... el oro de su sangre guarneciendo la plata augusta de su rostro pálido... Y allí... los asesinos con los puñales rojos todavía de sangre coagulada, entre las manos... ¿Quién con un corazón amoroso en el pecho podía sosegar la ira y refrenar la mano?
LADY MACBETH: Quiero salir de aquí... ¡Dios mío! ¿Por qué bajo mi techo este crimen nefando?
MACDUFF: Atiendan a la dama. Llévenla a su aposento. Y nosotros cubramos nuestros desnudos cuerpos indefensos con el vestido funerario, y juntémonos todos en consejo para hallar los designios ocultos y sombríos de este hecho sanguinario.

(Salen MACDUFF, MACBETH, LENOX. Se queda BANQUO tras la columna del primer término. Los hijos de DUNCAN están abrazados y sollozando en la sombra.)
BANQUO: Me asaltan sospechas y temores.
(Malcolm y Donalbain salen de la sombra, Banquo queda recatado, pero oyendo el diálogo de los dos hermanos.)
DONALBAIN: ¿Por qué refrenamos nuestra lengua si la tragedia es nuestra, sólo nuestra?
MALCOLM: ¿Qué vamos a decir? ¿Y ante quién nos podemos querellar si hay una oscura trampa abierta que nos quiere engullir, y un puñal asesino que en todos los rincones nos acecha?
Ni un amigo tenemos. El más contiguo a nuestra sangre, es el más dispuesto a verterla.
DONALBAIN: Los ojos son cuchillos que amenzan. ¡Huyamos! Yo me voy fuera de este país.
MALCOLM: Yo no saldré, me esconderé en la sierra.
(Salen.)
BANQUO: No los detengo... Dejemos que se cumplan hasta el fin las oscuras palabras proféticas.

CUADRO 6

MACBETH REY

Salón del trono, MACDUFF Y BANQUO esperan.
MACDUFF: ¿Y por qué escaparon los hijos de Duncan? ¿Por qué huyó el heredero?
BANQUO: Se pusieron a salvo solamente, del implacable viento que derribó a su padre y los hubiese derribado a ellos... Si huyeron, no fue como culpables como huyeron.
MACDUFF: Habla más claro Banquo. Deja ese tono misterioso.
BANQUO: Todo sigue siendo un misterio. Ya cuando llegamos a los campos de Ivernes, la casa de Macbeth estaba endemoniada bajo un conjuro siniestro.
Aquella misma tarde me contaron que a un halcón imperial lo había estrangulado un búho ratonero. Y los caballos de Duncan, de limpia estampa, dóciles, nobles y excesivamente domésticos... al entrar en la cuadra ¿no cambiaron de naturaleza en un momento? Rompieron los pesebres, se rebelaron contra el freno y relincharon como si tuviesen colgado al mismo diablo de los belfos.
Y la mañana que vino tras el crimen... no hubo mañana... Recuérdenlo... Fue tan oscuro el viento, traía tanta sombra y tanto luto, que aquel día ninguno sintió el fuego ni vio la luz acusadora del índice del sol que al criminal señala desde el cielo.
A oscuras, nadie pudo ver por qué puerta se escapó el asesino... Y todo ha quedado en el misterio. Al huir preteridos, medrosos, y luego calumniados Donalbain y el heredero, el poder se vino a posar en el cráneo sombrío de Macbeth como se posa sobre la carroña un pájaro protervo.
MACDUFF: ¿Qué piensas Banquo?... ¿Piensas lo mismo que yo pienso?
BANQUO: ¡Calla!, que el soberano se acerca.
MACDUFF: ¿Soberano? ... ¿Qué soberano? ... Me vuelvo a Fife... No quiero verlo.
(Sale. Queda solo Banquo viendo a Macbeth, que se acerca vestido de rey con el cetro en la mano.)
BANQUO: ¡Ya eres soberano, Macbeth!... Glamis, Señor de Cawdor, soberano... ¡Todo!
Todo lo que aquellas fatídicas hermanas te ofrecieron. Para lograrlo, sin embargo, has jugado muy sucio. Yo no tengo prisa... y mi pronóstico pasiva y serenamente espero. Se cumplirá... Si acertaron contigo.
¿Por qué he de ser yo menos?
¿Por qué no han de acertar también conmigo?
Recuerdo bien lo que dijeron:
Macbeth, mañana serás soberano... pero Banquo será tronco de los soberanos venideros...
Aguardaré callado.
(Música. Entran Macbeth, Lady Macbeth, Lenox, Ross, y séquito palaciego)
MACBETH: Aquí está nuestro huésped principal.
LADY MACBETH: Si lo hubiésemos preterido, a nuestro gran festín le hubiese faltado prestigio.
MACBETH: Esta noche ofrecemos un banquete solemne, y tu presencia requerimos.
BANQUO: Mándeme... Por un lazo indisoluble, a usted estoy eternamente unido.
MACBETH: ¿Te vas esta tarde?
BANQUO: Quiero dar un paseo con mi hijo.
MACBETH: ¿Y piensas ir muy lejos?
BANQUO: Hasta el bosque del Jabalí Sagrado. Volveré anochecido.
MACBETH: No faltes a la fiesta.
BANQUO: No mi señor, se lo he prometido.
MACBETH: Nos llegaron noticias de nuestros sanguinarios primos. Malcolm no ha salido del país y Donalbain se fue.
No han confesado aún su cruel parricidio, y a todos les refieren sucesos peregrinos. De esto hablaremos mañana en el consejo. Ve ahora con tu hijo. Te deseo lo mejor. (Sale Banquo.)
Que cada cual, hasta la hora del banquete, disponga del tiempo a su antojo. Yo quiero meditar sobre un proyecto. Nos veremos en la fiesta. (Salen todos.)
Oye tú pícaro, ¿llegó ese? (A un criado que está en la puerta.)
CRIADO: Señor, espera sus órdenes en la puerta norte.
MACBETH: Condúcelo aquí... Ser soberano así, sólo es ser soberano a medias.
Me obsede y me persigue como una sombra Banquo... El futuro de su descendencia me da miedo. Las hermanas fatídicas le predijeron demasiado, y él es prudente y precavido, audaz y temerario. A nadie temo en este mundo más que a él. Ante su presencia me acobardo, como se acobardaba Marco Antonio ante César. Él habló a las hermanas proféticas primero... Las increpó con desenfado. Recuerdo que les dijo después del ¡Salve Macbeth!: Díganme ahora a mí algo. Entonces añadieron: no serás soberano como Macbeth. Serás tronco de soberanos, ¡Salve, Banquo! Ahora esas brujas me han otorgado un poder estéril e infecundo. No tengo descendencia, y cuando muera, una mano bastarda me lo arrancará de la mano. Si así ha de suceder, entonces, por la progenie de Banquo he trabajado, y por sus hijos y sus nietos, el noble Duncan, aquella noche fatal, de aquella manera sangrienta tuvo que ser asesinado...
Entonces... por ellos he vertido mi rencor, en el tranquilo vaso de la paz... por ellos, solamente por ellos, la joya eterna de mi alma, se la he vendido al diablo. He ganado el infierno por hacerlos soberanos a ellos, por hacer soberanos a los hijos de Banquo. Antes de que esto suceda... Destino, baja aquí a la palestra y lucharemos brazo a brazo. Hasta morir... ¿Quién va allá? (Entra el criado con dos asesinos.) (Al criado) Quédate tú a la puerta. (A los asesinos) ¿No fue ayer cuando hablamos?
ASESINO PRIMERO: Ayer mismo, señor.
MACBETH: Muy bien. Y sobre aquello ¿has seguido meditando? Te repito que no fui yo, sino él quien te tuvo oprimido y aherrojado. Ya te probé cómo te persiguió y encadenó, cómo ordenó después que fueras castigado. Te mostré los instrumentos de tortura y te dije quien los había gobernado. Yo no intervine en nada. Todo fue obra de Banquo.
ASESINO PRIMERO: Así me lo dijiste.
MACBETH: Y así ocurrió, ahora escucha. Tengo un plan. Si tu paciencia no es ilimitada, y no eres evangélicamente manso, con este plan puedes enriquecerte y vengarte.
ASESINO PRIMERO: Soy hombre, señor.
MACBETH: Por hombre pasas en la parroquia, y el registro... También pasan por perros en los archivos y catálogos de la naturaleza, el podenco, el falderillo y el alano... Pero yo quiero un perro que me traiga la caza... Y esta es caza mayor... en seguida a la mano. Ahora bien. Si como hombre o como perro ocupas orgulloso en las clasificaciones humanas y caninas, un puesto de rango, te confiaré mi proyecto.
ASESINO PRIMERO: Me ha dado tantos golpes y bofetadas este mundo, que a cualquier peligro me arrojaría temerario por poder escupirle. Estoy tan abatido por desastres, y tan zarandeado por la mala fortuna, que me juego la vida al primer envite de los dados.
MACBETH: ¡Banquo es tu enemigo!
ASESINO PRIMERO: Mi enemigo es Banquo!
MACBETH: Mío también lo es. Y con un rencor tan sanguinario que cada minuto de su vida es un puñal agudo que se me clava en el costado. Ya sé que yo podría, sin más excusa que mi capricho soberano, a cara descubierta, públicamente eliminarlo, pero no me conviene hacerlo así porque no quiero perder ciertos amigos míos, que también son de Banquo.
Por razones políticas, debo llorar su muerte y nadie ha de sospechar que yo la he proyectado.
ASESINO PRIMERO: Lo ejecutaré, señor, de tal manera que su inocencia quede a salvo. Aunque mi vida...
MACBETH: Te veo enardecido y arrojado. Si te das prisa, lo encontrarás dentro de una hora en el bosque del Jabalí Sagrado. Lo escolta su hijo Flince que ha de morir también. Entiende que es un doble asesinato. Es preciso que lo hagas esta noche. Házlo con valor y con destreza... sin dejar vestigios ni rastro. Que nadie sospeche de mí. ¡Buena suerte! ¡Que te conduzca y proteja el diablo! (Salen los asesinos.)
Si tu alma ha de encontrar el cielo pronto... lo encontrará esta noche, Banquo.
(Se queda absorto. Entra Lady Macbeth.)
LADY MACBETH: Mejor que este vivir nuestro de asesinos, hubiese sido mejor ser nosotros los asesinados...
¡Macbeth, mi señor! ¿Por qué estás siempre solo y cercado de monstruosos pensamientos, que debieron morir aquella noche? Olvida las cosas que no tienen remedio. Lo hecho, hecho está.
MACBETH: Herimos a la serpiente nada más. No la matamos. Ahora clava de nuevo en nuestra carne impía, su diente venenoso. Pero quiébrese el eje de la Tierra y rómpase la piedra angular del universo, antes que seguir masticando el negro pan del miedo, antes que dormir bajo el espanto de estos sueños que emponzoñan la noche. Más valdría yacer en la tumba con el muerto a quien, por ganar nuestra paz, a la paz enviamos, que vivir con esta tortura del cerebro.
Duncan, después de la histérica fiebre de la vida, duerme profundamente con un tranquilo sueño.
La traición acabó con todos sus quebrantos. Ahora, ni el puñal ni el veneno, ni las domésticas querellas, ni los tributos extranjeros le robarán la paz.
LADY MACBETH: Mi señor y mi dueño, desarruga la frente. Espanta ese ceño... y aparece esta noche en el banquete, jovial como otras veces y risueño.
MACBETH: Lo haré, amor mío... Hazlo tú también. Unta tus ojos y tus labios con un amable y atrayente ungüento. Tenemos que lavar bien nuestro honor en torrentes de adulación y de fingido afecto. Que dulces y bellos afeites enmascaren nuestro rostro.
LADY MACBETH: Así lo haré.
MACBETH: Así lo haremos... ¡Esposa mía! Escorpiones y vampiros han hecho su guarida en mi cerebro. ¿Tú sabes que viven Banquo y Flince?
LADY MACBETH: Pero no son ejemplares eternos.
MACBETH: Eso me conforta, y alégrate por esto: antes del último vuelo del murciélago, antes que llegue la noche y la tarde dé su último bostezo... con el croar de los sapos y el agudo chirrido de los élitros, en el bosque del Jabalí Sagrado habrá ocurrido un memorable evento.
LADY MACBETH: ¿De qué se trata amor?
MACBETH: Inocente paloma, no quieras conocerlo hasta el instante de aplaudirlo... Ven, noche. Ven y venda con tu negro pañuelo los cansados ojos de la tarde, y con tus dedos invisibles, borra ese rayo último de luz, el vínculo postrero que sostiene mi palidez. Ya el sol se ha puesto. Ya vuela el cuervo hacia el bosque donde se convocan los espectros. Se deshacen y mueren los bellos juegos del sol en las últimas nubes del crepúsculo, y los torvos y negros ministros de la noche, caen sobre la presa como una jauría de perros. ¡Hágase la sombra!... ¡Y la sombra se hizo! ¡El día ha muerto!
¿Te maravillan mis palabras? ¡Chist!... ¡Silencio!
Las cosas acaban según su comienzo. Comenzamos con sangre... y con sangre, inocente paloma, acabaremos. Ahora ven conmigo, hasta la hora del banquete... escondidos entre las sombras esperemos.

CUADRO 7

EL BANQUETE

Gran sala. Mesa en medio preparada para un regio banquete. Entran MACBETH, LADY MACBETH, ROSS, LENOX, DAMAS, NOBLES.
MACBETH: Tomen asiento. Acomódense según su rango. Desde el primero hasta el último, mi cordial bienvenida.
NOBLES: Gracias señor.
MACBETH: Me mezclaré con la nobleza como si fuese un simple convidado. Nuestra regia anfitriona ocupará el lugar principal, y a la hora oportuna, bendecirá a los invitados.
LADY MACBETH: Bendícelos tú, Macbeth. Y agradéceles con mi amor que hayan venido a honrarnos.
MACBETH: Mira. Las gracias de su corazón van a tu encuentro. (Tomaré asiento en medio, ya que son iguales los dos lados.)
¡Regocíjense todos! ¡Por todos la copa levanto! Y... (Entra el Asesino Primero. Se queda en la puerta. Macbeth lo ve y cortando su brindis se dirige hacia él.) Tienes sangre en la cara.
ASESINO PRIMERO: Es la sangre de Banquo.
MACBETH: Mejor está en tu rostro que en sus venas. ¿Fue perfectamente rematado?
ASESINO PRIMERO: Le rebané el pescuezo. Eso hice por él.
MACBETH: Eres un gran rebanador. ¿Y a su hijo también le has rebanado?
ASESINO PRIMERO: El hijo huyó.
MACBETH: La fiebre me muerde otra vez. Hubiese quedado seguro si hubiesen muerto ambos. Firme y seguro como la roca, sólido como el mármol, y abierto y dominante como el aire del páramo. Así... otra vez recluido, otra vez amarrado a la argolla del miedo como cualquier esclavo. Menos mal que está seguro Banquo.
ASESINO PRIMERO: Segurísimo. Con veinte heridas, mortales todas, lo arrojé al fondo de un barranco.
MACBETH: Gracias por esto.
La víbora cayó, pero huyó el viborezno. Por ahora carece de colmillo y aún no ha fabricado su veneno. Le seguiremos la pista, sin embargo. Ahora, vete. Mañana nos veremos.
LADY MACBETH: Mi señor, no muestras regocijo. Sin alegría, nuestra fiesta parecerá un negocio y no un obsequio. En un banquete, las atenciones y agasajos son los mejores condimentos.
MACBETH: Dulce consejera, la buena digestión sigue al buen apetito.
LADY MACBETH: Señor, ocupa tu asiento.
Macbeth: Estaría completo en esta mesa ahora todo nuestro honor si la noble persona de Banquo estuviese ahí sentada, ocupando su puesto. ¿Se habrá olvidado o le habrá ocurrido algún lamentable suceso?
LADY MACBETH: Te prometió venir.
(Macbeth ve el espectro de Banquo sentado en su sillón y se llena de espanto.)
ROSS: La promesa incumplida es vituperio. Siéntese, señor.
MACBETH: ¿Dónde, si toda la mesa está ocupada?
LENOX: Aquí tiene reservado su asiento.
MACBETH: ¿Dónde?
LENOX: Aquí, mi buen señor. ¿Por qué se turba?
MACBETH: ¿Quién de ustedes ha hecho esto?
(Al espectro.) No agites tu ensangrentada cabellera.
LENOX: Levántense señores. El señor está indispuesto.
LADY MACBETH: Deténganse, amigos. Nuestro señor, sufre desde la infancia estos ataques. Siéntense, se los ruego. Volverá en sí al instante. El trance es pasajero. Procuren no mirarlo. Se repondrá enseguida, si no dan importancia al suceso. (Va hacia Macbeth.)
¿Eres un hombre?
MACBETH: Un hombre soy que puede mirar sin arredro a donde mire el diablo. Un hombre que puede mirar cara a cara ese espectro.
LADY MACBETH: ¡Jactancia! Eso que ves es una imagen vana que ha forjado tu miedo. Es como aquel puñal que me contaste, te guiaba hacia Duncan, culebreando en el viento. Todas son fallas y cabriolas de tu alucinado pensamiento, impostores burlones del terror, infantiles remedos del espanto. ¡Qué vergüenza! ¿En dónde está tu hombría? ¿Por qué haces esos gestos?¡A un sillón! ¡A un sillón! No es más que un sillón lo que estás viendo.
MACBETH: ¡Por piedad! Mira allí... mira... mira. ¡Cómo puedes decir que allí no hay nadie!... ¿No es nadie aquello? Si los osarios y las tumbas de nuestros cementerios nos devuelven a los que enterramos, nuestros sepulcros son entonces el buche de los cuervos. (Desaparece el espectro.)
LADY MACBETH: Cuanto tenías de hombre, se lo ha llevado la locura.
MACBETH: ¡Lo vi! ¡Lo vi! ¡Era Banquo! ¿Por qué me dijo ese asesino que le había rebanado el pescuezo?
LADY MACBETH: ¡Calla! ¡Calla!
MACBETH: No es de ahora... La sangre del hombre la ha derramado el hombre desde hace mucho tiempo, antes de que las leyes detuviesen nuestros instintos sanguinarios, con su freno. Después... después también se han cometido asesinatos espantables. Hubo un tiempo en que a un hombre se le aplastaban con una maza los sesos. Moría... y allí quedaba todo. Pero ahora... ahora resucitan los muertos, y con veinte puñaladas mortales, vienen a arrojarnos de nuestro propio asiento. Lo cual es más extraño que el crimen todavía.
LADY MACBETH: Señor, los amigos esperan.
MACBETH: ¡Sí! ¡Los amigos! Olviden... Olvidemos esto. Es una extraña dolencia sin importancia, como dijo mi esposa. Desde la infancia, desde el origen del mundo la padezco. ¡Bien... bien! ¡Salud a todos... y amistad! Voy a sentarme, pero antes dejen que llene sus copas vacías, con este vino añejo. ¡Brindo por la alegría de la mesa y por nuestro buen amigo Banquo, a quien todos hechamos de menos!
(Aparece el espectro que toma la copa vacía que hay frente a él y la alarga hacia Macbeth para que se la llene.)
TODOS: ¡Salud!
MACBETH: ¡Atrás, atrás! ¡Fuera de mi asiento! ¡Que la tierra te esconda! Helada está tu sangre y tus huesos sin tuétanos. Tu mirada está rota, y la luz se ha escapado de tus ojos secos.
LADY MACBETH: No hagan caso, señores... El ataque otra vez... pero no es nada.
MACBETH: A lo que se atreva un hombre, yo me atrevo. Ven, llega en la forma de un oso, si te place, armado como un rinoceronte o como un tigre... No temblarán mis nervios. O recobra la vida, y ven a luchar contra mí en el yermo. Toma cualquier forma, menos esa. ¡Fuera de aquí, fantasma!... Lejos. ¡Huye de mi vista, abominable espectro! ¡Fuera, fuera!... Bien... así... ya se fue... Vuelvo a ser hombre... Siéntense... siéntense, se los ruego.
LADY MACBETH: Has espantado la alegría.
MACBETH: Dudo de mi coraje cuando te veo contemplar este espectáculo con las mejillas encendidas, mientras las mías, pálidas, están selladas por el miedo.
ROSS: ¿De qué espectáculo dice?
LADY MACBETH: No le hablen más, se los suplico. Cualquier pregunta es un veneno. Váyanse ya, salgan todos. No se preocupen de su rango, salgan presto.
LENOX: Que se mejore Señor.
TODOS: (Saliendo.) Buenas noches.
MACBETH: Todo es como un poema bárbaro y epopéyico donde la sangre rima con la sangre. Han hablado las piedras y los árboles, con un misterioso alfabeto... y los augures y los adivinos con sus fórmulas cabalísticas por la boca de las urracas, de las cornejas y los cuervos, han denunciado al asesino y han conseguido que vomitara su secreto. ¿Cómo va la noche?
LADY MACBETH: Luchando con la aurora.
MACBETH: No quiso asistir Macduff a nuestra fiesta.
LADY MACBETH: Alegre hubiese asistido a nuestro entierro.
MACBETH: No lo pierdo de vista. Lo vigilo y lo espío. Mañana por la noche.- No habrá luna en el cielo- iré a ver a las fatídicas hermanas. Tienen que aconsejarme... Con la negra moneda de mi alma pagaré los más oscuros secretos. En este rojo lago de la sangre he ido ya tan lejos que retroceder es más difícil que ganar la otra orilla. Siento en mi cabeza extrañas cosas que quieren pasar a las manos antes que las considere en el pensamiento.
LADY MACBETH: Ahora necesitas lo que sazona y endurece la vida: el sueño.
MACBETH: Vamos a dormir. Tienes razón. Esto no es más que miedo. Un miedo novicio, un miedo que con la práctica, irá poco a poco desapareciendo. En el crimen, en estos sucios negocios de la sangre... aún no somos expertos.

CUADRO 8

EN LA CAVERNA DE LAS BRUJAS

Habitación sombría. Al fondo, una puerta grande cerrada. En el centro, un gran caldero que hierve. Humo, relámpagos, truenos. Las tres brujas dan vueltas alrededor del caldero.
BRUJA PRIMERA: Tres veces el gato atigrado maulló.
BRUJA SEGUNDA: Tres veces más una el erizo gruñó.
BRUJA TERCERA: Y ya es hora... ya es hora, la estrídula voz de la arpía anunció.
BRUJA PRIMERA: Alrededor del fatídico caldero, giremos hermana, y giremos. Y al fétido caldo que cuece en el fuego seres ponzoñosos...
BRUJA SEGUNDA: vísceras maléficas,
BRUJA TERCERA: y lúgubres miembros echemos.
VOZ DEL CALDERO: Que se espese el caldo... que se espese. Aún no está espeso... aún no está espeso.
BRUJAS: Trabajen las rojas espadas del fuego, trabajen... hierva, hierva el caldero.
BRUJA PRIMERA: Echemos el sapo viscoso primero. Treinta días y treinta noches de invierno, inmóvil...
BRUJA SEGUNDA: callado...
BRUJA TERCERA: durmiendo...
LAS TRES: Estuvo fabricando paciente su veneno.
CALDERO: Que se espese el caldo... que se espese. Aún no está espeso... aún no está espeso.
LAS TRES: Trabajen las rojas espadas del fuego. Trabajen... Hierva, hierva el caldero.
BRUJA PRIMERA: Colas de renacuajo. (Cada bruja arroja al caldero lo que va diciendo.)
BRUJA SEGUNDA: Ojos de basilisco.
BRUJA TERCERA: Branquias de salamandra.
BRUJA PRIMERA: Lenguas de viborezno.
BRUJA SEGUNDA: Babas de perro hidrófobo.
BRUJA TERCERA: Tentáculos de araña.
BRUJA PRIMERA: Hocicos de murciélago.
CALDERO: Que se espese el caldo... que se espese. Aún no está espeso... aún no está espeso.
LAS TRES: Trabajen las rojas espadas de fuego. Trabajen... Hierva y hierva el caldero.
BRUJA PRIMERA: Fauces de tiburón.
BRUJA SEGUNDA: Uñas de gavilán.
BRUJA TERCERA: Dientes de lobo hambriento.
BRUJA PRIMERA: Patas de la tarántula.
BRUJA SEGUNDA: Plumas negras del cuervo.
BRUJA TERCERA: Raíz de la cicuta arrancada una noche de enero.
BRUJA PRIMERA: El hígado de un turco blasfemo.
BRUJA SEGUNDA: El prepucio de un judío converso.
CALDERO: Aún no está espeso el caldo... aún no está espeso.
BRUJA TERCERA: Hiel de macho cabrío.
BRUJA PRIMERA: Una rama de abeto cortada en el eclipse.
BRUJA TERCERA: Los dedos de un niño estrellado en el suelo al nacer, por su madre.
BRUJA TERCERA: Las tripas de un tigre carnicero.
CALDERO: Ya está espeso el caldo del caldero. Ya está espeso... ya está espeso... ya está espeso. (Paran su rueda las brujas. Silencio. Se oye el caldero que hierve.)
BRUJA PRIMERA: Ahora, con la sangre del mono, el espeso caldo aspergemos. Hagamos los signos malditos. En la orina verde y corrosiva del diablo mojemos nuestros dedos, y unjámonos con su vituminoso excremento. Santigüémonos según el catecismo siniestro. Invoquemos al espíritu protervo.
LAS TRES: En nombre de la boca babosa del escuerzo, de los cuernos retorcidos del morrueco, y del ala siniestra del cuervo, te imploramos, padre de las tinieblas y emperador de los infiernos. Sube... sube de las sombras, espíritu maléfico. Sube de las entrañas subterráneas, a luchar con la luz...
BRUJA PRIMERA: ¡Silencio!... Oigo pasos sombríos, y me escuece la yema de los dedos.
Córranse, cerrojos y candados... y a Macbeth dejen el paso abierto.
(Una ráfaga de viento abre la puerta del fondo. El resplandor de un relámpago. Detrás, el trueno, Macbeth iluminado por la luz de otro relámpago. El viento le agita el manto oscuro. entra. Las brujas se recogen apretadas en la sombra.)
MACBETH: Seres oscuros de la noche, ¿qué estaban haciendo?
BRUJA PRIMERA: Una hazaña sin nombre.
MACBETH: Por esa fuerza negra y maldecida que han robado del infierno ¡Respóndanme! Las conjuro con sus mismos infernales deseos. Aunque tengan que libertar al huracán rabioso que derriba la torre de los templos, y origina la tromba que engulle a los marinos, que abate las espigas, arranca de cuajo los árboles, y desploma los palacios sobre las cabezas de sus dueños; aunque las pirámides junten la base con el vértice, y rueden el sol y la luna revueltos con los gérmenes y las estrellas rotas de todo el universo, y la destrucción, agotada, venga a tener el pálido rostro de los muertos. ¡Repóndanme!...
BRUJA PRIMERA: Habla.
BRUJA SEGUNDA: Pregunta.
BRUJA TERCERA: Te responderá una voz que saldrá por entre el humo del caldero.
VOZ: ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... ¡Macbeth!...
MACBETH: ¡Dime, poder desconocido!
BRUJA PRIMERA: Escucha y calla... Sabe tu pensamiento.
VOZ: Guárdate de Macduff... sólo te puedo decir esto.
MABETH: No es mucho. Pero seas quien seas... gracias por el consejo. Dime otra cosa.
BRUJA PRIMERA: No soporta mandatos. Aquí llega otro espíritu más poderoso que el primero. Escucha callado.
VOZ: ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... ¡Macbeth!...
MACBETH: Te oigo con cien orejas... Habla presto.
VOZ: Se atrevido, sanguinario y resuelto. Mófate del poder de los hombres. Nadie que haya nacido por la boca del cántaro materno, podrá matar ni herir a Macbeth.
MACBETH: Vive entonces, Macduff. Ahora ni a ti ni a nadie temo. Me aseguraré, sin embargo, para tener al destino más sujeto. ¡Morirás!
BRUJA PRIMERA: Cállate y escucha.
VOZ: Sé como el león, desdeñoso, arrogante y fiero. No temas conjuraciones ni revueltas. Macbeth no perderá su poder hasta que el gran bosque de Birman llegue a su aposento.
MACBETH: Entonces, nunca. Porque ¿quién puede movilizar un bosque, hacer que el árbol arranque sus raíces del suelo, y camine... camine... como camina un ejército? Ahora quiero saber... No te vayas espectro.
VOZ: Lo que quieres saber, queda fuera de tus días y tu aliento.
MACBETH: Pero ¿Banquo? ¿La estirpe de Banquo?
VOZ: A Banquo lo mandaste asesinar, y bajo la tierra está pudriéndose.
MACBETH: ¿Y su hijo?
VOZ: Su hijo tal vez cruce mañana por la historia. Pero eso es la historia nada más... y la tragedia, este poema trágico, no tiene nada que ver con eso. (El espectro se hunde en el caldero y las brujas desaparecen.)
MACBETH: Se ha ido... ¡Espectro! ¡Espectro! ¡Brujas!... ¡Que esta hora llena de sombras y de execrables juramentos, quede maldita en el calendario para siempre! ¡Seyton!...
SEYTON: ¿Qué manda el señor?
MACBETH: ¿No viste esos espectros?
SEYTON: No vi nada señor.
MACBETH: Pasaron junto a ti.
SEYTON: Pues no los vi.
MACBETH: Que se corrompa el viento en que cabalgan. Oí pasos... ¿Llegó algún mensajero?
SEYTON: Unos hombres llegaron raudos con el relámpago, y dijeron...
MACBETH: Habla ya ¿qué dijeron?
SEYTON: Que huyó Macduff a encontrarse con Malcolm en la sierra.
MACBETH: ¿Allí está el heredero?
SEYTON: Allí está, dicen que se le juntan facciones y mesnadas, pastores y pecheros. Todo el mundo lo busca y van hacia él como las hormigas van hacia el hormiguero.
MACBETH: No temas conjuraciones ni revuletas, dijo claro el espectro, hasta que el gran bosque de Birman llegue a tu aposento... Sin embargo, esta escapada de Macduff, atajó mi proyecto. De ahora en adelante, simultáneas deben marchar la acción y el pensamiento. Aprenderé a tomar la fruta con la mano, en cuanto la busque mi deseo. Que mis actos raudos ejecuten enseguida lo que quiero. Arrasaré ahora mismo la casa de Macduff, y pasaré cuchillo a su mujer y a sus cachorros todos. De su raza no quedará ni el polvo del recuerdo. ¡Seyton! Que la orden se ejecute ahora mismo, justo en este momento, antes que se enfríen mis palabras... Estas palabras, verdugas ya, con que lo ordeno.
CUADRO 9

VENGANZA

Salón de Fife. Entran Lenox y el médico.
MÉDICO: Los eclipses o la fiebre de una constelación traen a veces sombra o locura a nuestras almas. En cambio, hay otros signos...
LENOX: ¿Eres médico o astrólogo?
MÉDICO: Sólo existen metáforas. Poéticas metáforas. Nuestras enfermedades son las enfermedades de la Tierra y a la Tierra sus humores los astros le contagian. Antes que al hombre, hay que tomarle pulso a las estrellas. Cuando nació Macduff, tenía la luna una curiosa mancha.
LENOX: ¿De bendición o maleficio?
MÉDICO: Era una macha larga y roja como una cuchillada. Luego, después del parto, vi que aquello era aviso del cielo y enseñanza. La luna me previno y me adiestró con aquella luminosa metáfora.
LENOX: ¿Hubo sangre?
MÉDICO: Tuve que abrir el vientre de la madre. No pude sacar al niño por la puerta, y hubo que derribar la casa.
LENOX: ¿Murió la madre?
MÉDICO: Pero el recién nacido traía dibujada en el pecho una espada. Desde Jesucristo, todos los que matan al dragón, al nacer, en la carne traen esa misma espada dibujada.
LENOX: A Malcolm también lo trajiste a este mundo... eres comadrón de soberanos.
MÉDICO: Si aunque observa lo que pasa, a Malcolm le abrí las puertas de la vida, pero las del poder, las tiene ahora cerradas.
LENOX: Aquí está la esposa de Macduff. (Entra Lady Macduff con su hijo de ocho años.)
LADY MACDUFF: ¿Por qué huyó de su patria?
LENOX: No huyó. Fue a buscar gente a la montaña. Vendrá con un ejército.
LADY MACDUFF: ¿Cuándo?
LENOX: Tenga paciencia.
LADY MACDUFF: Él no la tuvo... Huyó sin decir nada. El miedo, más que nuestros actos, es el que ceba traidores.
LENOX: Prudencia fue y no miedo.
MÉDICO: Y vocación y sacrificio. La voz del Destino lo llama.
Macduff está señalado por los astros para desbaratar ciertas conjuraciones subterráneas.
LADY MACDUFF: Pero su esposa y sus tiernos hijos sin amparo...
MÉDICO: Todos estamos sin amparo. Toda esta tierra está desamparada.
LENOX: A Fife lo ha señalado el rayo. He venido a advertirle que huya con sus hijos de esta casa. No puedo decir más. Vivimos en un mundo en el que todos parecemos traidores y en el que todos, empujados por una sombra negra, huimos de oscuras e invisibles acechanzas.
LADY MACDUFF: A una pobre mujer, sin más defensa que sus hijos, y éste es el mayor... nadie viene a atacarla.
LENOX: No conoce al gavilán.
LADY MACDUFF: Yo no abandono Fife. Es mi última palabra.
LENOX: Adiós, entonces. Que los libre el cielo de una monstruosa venganza.
(Salen Lenox y el médico. Queda sola Lady Macduff con su hijo.)
LADY MACDUFF: Tu padre ha muerto, hijo. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Cómo vas a vivir?
HIJO: Como viven los pájaros. Con moscas y gusanos del río, con lo que el cielo me conceda.
LADY MACDUFF: ¡Cuidado pajarillo! ¿No sabes que hay trampas y redes en el mundo hasta para los jilgueros y los mirlos?
HIJO: Mi padre no ha muerto. Está jugando al que me escondo y no me encuentras. En algún rincón está escondido.
LADY MACDUFF: Está muerto... ¿Dónde hallarás ahora otro padre?
HIJO: Y tú, ¿Dónde hallarás otro marido?
LADY MACDUFF: En el primer mercado, compraré una docena.
HIJO: Para venderlos con ganancia... Pondremos una tienda de maridos.
LADY MACDUFF: ¡Calla, calla inocente! Esas palabras no las dice un niño.
HIJO: ¿Era mi padre un traidor?
LADY MACDUFF: Un traidor era, hijo mío.
HIJO: Y ¿Qué es un traidor?
LADY MACDUFF: Aquel que jura y miente.
HIJO: Todo el que jura y miente...
LADY MACDUFF: Es un traidor y merece el patíbulo. Se le ha de ahorcar.
HIJO: ¿Y quiénes lo ahoracarán?
LADY MACDUFF: Las personas honradas. Los que nunca han jurado ni mentido.
HIJO: ¿Pero cómo hay más traidores que personas honradas... los traidores llevarán a los honrados al patíbulo?
LADY MACDUFF: ¡Lindo charlatán! Hablas como una tarabilla.
(Entran dos asesinos. Lady Macduff los ve y se levanta aterrada.) ¿Qué figuras son esas?
ASESINO PRIMERO: ¿Dónde está tu marido?
LADY MACDUFF: En ningún lugar donde puedan encontrarlo tus torvos ojos sacrílegos.
ASESINO PRIMERO: Es un traidor.
HIJO: ¡Mientes, feo lobo peludo!
ASESINO PRIMERO: ¡Que valiente!... ¡Cachorro de traidor, ven que te acaricie mi cuchillo! (Lo toma del cuello y lo degüella.)
HIJO: ¡Madre! ¡Madre!... Me ha matado, madre... ¡Corre y sálvate tú!
(Lady Macduff huye gritando.)
LADY MACDUFF: ¡Al asesino! ¡Socorro! ¡Al asesino!

CUADRO 10

LAS MANOS ROJAS DE LADY MACBETH

Un aposento de Dunsinania. El MÉDICO y una DAMA de servicio.
MÉDICO: Dos noches hemos velado juntos y no he podido confirmar la veracidad de sus informes. ¿Cuándo fue la última vez que caminó dormida?
DAMA: Desde que Macbeth entró en campaña la he visto muchas veces levantarse de noche, ir hasta su gaveta, sacar un pliego de papel, escribir largo rato, leer luego lo escrito y volverse a acostar. Todo en el más profundo sueño.
MÉDICO: ¡Perturbación extraña de la naturaleza, estar en el sueño y en la vigilia juntamente! Y en estos momentos ¿no la oíste decir alguna cosa?
DAMA: Sí... pero no repetiré nunca lo que dijo.
MÉDICO: A mí puedes decírmelo, y aun es conveniente que lo hagas.
DAMA: Ni a usted ni a nadie, no habiendo testigos que escuchen mis palabras. Aquí llega. Mírela. Dormida viene. Aproxímese y observe.
(Entra Lady Macbeth con una vela.)
MÉDICO: ¿Dónde tomó esa luz?
DAMA: La tiene a su lado continuamente. Lleva abiertos los ojos.
MÉDICO: Pero insensibles a la luz... No ve...
¿Qué intenta hacer ahora? Se refriega las manos...
DAMA: Es su acción favorita, hacer que se lava las manos... Horas enteras pasa así.
LADY MACBETH: Aquí hay una mancha todavía.
MÉDICO: Habla... anotaré lo que habla para recordar exactamente sus palabras.
LADY MACBETH: ¡Fuera, mancha maldita! ¡Fuera, digo! Una... Dos... Suena la hora... ¡Pronto, pronto! ¡Vamos, pronto! Oscuro es el infierno... ¡qué vergüenza amor mío, qué vergüenza! ¡Tener miedo un soldado!... Y ¿qué importa que lleguen a saberlo, si ya en el poder nadie podrá pedirnos cuentas? ¡Pero quién iba a pensar que aquel viejo tuviese tanta sangre!
DAMA: ¿Anotó eso?
LADY MACBETH: ¿No tenía Macduff una mujer?... ¿Dónde está ahora? ¡Manos malditas!... ¿No las veré limpias nunca jamás? ¡Basta ya, Macbeth... basta ya! Lo estropeas todo con esos sobresaltos.
MÉDICO: Sabes ahora lo que no debiste saber nunca.
DAMA: Ella ha dicho lo que nunca ha debido decir.
MÉDICO: Sólo el cielo sabe lo que ha dicho.
LADY MACBETH: Y este hedor de sangre... ¡Siempre aquí! (Se huele las manos) Todos los perfumes de la Arabia no podrán matar nunca la pestilencia de estas manos mías.
MÉDICO: Gime y se queja. No puede con la carga pesada de su crimen.
DAMA: ¡Por todas las dignidades de la Tierra, no quisiera llevar un corazón así en el pecho!
MÉDICO: ¡Bien... bien... bien!
DAMA: ¿Bien?... Que así sea, señor.
MÉDICO: Esta enfermedad va más allá de mi experiencia. Sin embargo, sé de algunos sonámbulos que murieron en su lecho santamente.
LADY MACBETH: ¡Límpiate las manos de este sucio testimonio sangriento! Ponte tu ropa de dormir, y no estés ya tan pálido. Banquo está bajo tierra y no podrá salir ya de la tumba.
MÉDICO: ¿Has oído?
DAMA: Señor...
LADY MACBETH: ¡Al lecho! ¡Al lecho! Llaman a la puerta... Vamos pronto al lecho. ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Dame la mano! Lo que hicimos ya no se puede deshacer. ¡Al lecho, al lecho, al lecho! (Sale.)
MÉDICO: Circulan acusaciones monstruosas. Se habla de crímenes horrendos, y las conciencias pestilentes confían su secreto a las sordas almohadas. ¡Pobre señora! Más necesita de sacerdote que de médico. ¡Señor, Señor! ¡Perdónanos a todos!... A esta mujer también... Vela por ella... Buenas noches, amiga.
DAMA: Buenas noches.
MÉDICO: Lo que pienso no se puede decir, y va mucho más allá de lo que he visto.
(Oscuridad y mutación.)

CUADRO 11

MIEDO

Torre circundada de almenas que se yergue sobre un barranco de carroñas y de cuervos y mira hacia un paisaje lejano, con un cielo negro y cárdeno. MACBETH, el MÉDICO y SEYTON.

MACBETH: No quiero más noticias. Que deserten todos... No temo. Hasta que el bosque de Birman no suba aquí, a mi encuentro, a mi rostro no subirán las tintas pálidas del miedo. ¿Y quién es Malcolm?... ¿Quién es ese mancebo? ¡Huyan todos, soldados traidores, váyanse con el ejército enemigo! Por este soplo oscuro que sacude mis huesos, por este corazón envenenado que me late en el pecho, juro que no me doblarán jamás ni la duda ni el miedo. ¿Quién es ese idiota?... (Entra un mensajero.) ¿Quién eres tú con ese rostro pálido de sebo y esos ojos de rana? Ve a que te tizne el diablo de negro.
MENSAJERO: ¡Son diez mil, señor!
MACBETH: ¿Pájaros?
MENSAJERO: ¡Guerreros!
MACBETH: Embadurna tu rostro de betún. ¡Ponle una máscara a tu miedo! Eres el mensajero del terror, el mensajero de mejillas exangües y erizados cabellos. ¿De qué soldados hablas?... ¿Qué soldados son esos?
MENSAJERO: Un poderoso ejército...
MACBETH: ¡Vete de aquí, ave fría!... ¡Seyton! (Sale el mensajero.)
El corazón se me rebela cuando veo... ¿Dónde está Seyton?... Digo que este momento o me glorifica para siempre o para siempre me derriba. ¡Seyton!
SEYTON: ¿Qué manda, señor?
MACBETH: ¿Hay otros sucesos?
SEYTON: Todo se confirma.
MACBETH: Lucharé hasta que se caiga la carne de los huesos. (¡Ponme la armadura!)
SEYTON: Todavía no es tiempo.
MACBETH: Envía refuerzos a los suburbios. Y que ahorquen a los que hablen de miedo. (¡Ponme la armadura!...) ¿Cómo marcha la enferma, viejo médico?
MÉDICO: Su dolencia no es tan grave como las visiones que perturban sus sueño.
MACBETH: ¡Cúrala!... ¿No puedes defender su cerebro como defendería la Torre del Homenaje un buen guerrero?
MÉDICO: En estos casos, el paciente es el único médico.
MACBETH: ¡Arroja, entonces, tu pobre medicina a los perros! ¿No hay una salida?... (¡Ponme la armadura Seyton!) Todos me abandonan... ¡Si pudieses, doctor, hallar el mal de mi nación, y con una purga, con un drástico medicamento volverle la salud!... ¿No sabes de ningún vomitivo rápido y frenético que arroje estas lombrices traidoras?... Más ¿por qué tiemblo? Si hasta que el bosque de Birman... y tú no sabes esto (al médico), ningún hombre nacido por la boca del cántaro materno podrá matar ni herir a Macbeth.
MÉDICO: No obstante... (Ponle la armadura, Seyton.)
(Oscuridad y mutación.)

CUADRO 12

EL BOSQUE DE BIRMAN

Campamento. Al fondo, la tienda con puerta practicable. Troncos como bancos, a la puerta. A la izquierda una mesa rústica. Grandes pinos en el telón central y en los laterales. Unos soldados hacen guardia. Otros entran y salen por la puerta llevando en la mano una rama de encina. ROSS y LENOX hablan cerca de la puerta.

ROSS: El piadoso Duncan fue asesinado bárbaramente hace cuarenta días.
LENOX: Y nuestra causa a venido a ser hoy este bosque de Birman. Este bosque sagrado es ahora el campamento de la venganza y la justicia.
ROSS: La nación entera, como bajo la bóveda de un templo, se junta aquí bajo el palio ancestral de estas encinas.
LENOX: Los ballesteros de la sierra y los honderos del valle y la marisma, llegan como torrentes desbocados, con el alma y el corazón tensos y cargados por la ira.
ROSS: Bajo cada carrasca hay ya un soldado, y diez ballesteros bajo cada encina. Todos somos este bosque... y el bosque una catapulta que a Dunsinania se enfila, apuntando al tirano.
LENOX: El bosque es un ser vivo que inquieto tiembla y grita. ¡Mírenlo!... Parece un océano borrascoso cuyas ondas verdes, iracundas se agitan. Las copas de los pinos son como grupas gigantescas de una descomunal caballería.
ROSS: No es ilusión... ¡Miren allí! El bosque es un centauro que piafa y que relincha.
LENOX: Cierto. No es ilusión. Es una estratagema de Macduff para engañar a los espías. Ha ordenado que cada soldado lleve delante una rama de encina.
ROSS: No es una estratagema. Es un símbolo. La tierra entera se levanta... y el ejército será un bosque que camina.
LENOX: ¿Y a qué esperamos ya?
ROSS: A que Macduff decida. No sé lo que lo detiene.
LENOX: Decidirá en cuanto conozca su tragedia.
ROSS: Descendió de la sierra hace unas horas y nadie, ni Malcolm se ha atrevido a darle la noticia.
LENOX: Pues yo se la daré. Si ha de saberlo, cuanto antes mejor. Que la ira levante su pendón ahora mismo, y ordene que avancemos enseguida.
(Salen Malcolm y Macduff de la tienda.)
MACDUFF: ¿Qué murmuraban, Lenox?
LENOX: Decíamos, señor que Macbeth ruge y blasfema como un ogro acorralado en su guarida.
ROSS: No tiene más esperanzas que los augurios engañosos, de fuerzas subterráneas y malditas.
LENOX: Lo abandonan sus huestes y sus secuaces, los que juzga más fieles, esperan el momento en que la rebelión sea propicia. El viejo siervo se le vuelve y lo traiciona su camisa. En cuanto lleguemos al castillo, caerán los puentes levadizos y las poternas se abrirán como ante una milagrosa consigna.
MACDUFF: Hay que esperar.
LENOX: ¿Esperar, señor?
MACDUFF: ¿Tienes otros informes?
LENOX: Tengo palabras que debían arrojarse en un desierto vacío donde no hubiese nadie para oírlas.
MACDUFF: ¿Y a quién conciernen? ¿A la causa de todos?
LENOX: A un pecho singular.
MACDUFF: ¿Quién es la víctima?
LENOX: La tragedia es de todos... pero esta vez, en tu propia carne está abierta la terrible herida.
MACDUFF: ¡Dilo pronto!... ¡pronto!... ¡pronto!...
LENOX: Señor, que sus oídos no desprecien esta lengua mía que va a herirlos con las palabras más amargas y negras que se pueden decir.
MACDUFF: Casi mi alma lo adivina.
LENOX: Incendiaron Fife, y su mujer y sus hijos fueron pasados a cuchillo. Decirle cómo fue pienso que no podrá resistirlo... y ahora más que nunca, necesitamos su vida.
(Cae desplomado Macduff sobre la mesa. Llora convulsivo.)
MALCOLM: ¡Dioses... tengan misericordia! ¡Levántese Macduff! Y dele a su pena una salida. Hable... Hable... que la desgracia que no habla corroe el corazón y lo aniquila.
MACDUFF: ¿Mis hijos?...
LENOX: Hijos... esposa... siervos... cuanto encontró su mano vengativa.
MACDUFF: ¿También mi esposa?
LENOX: También.
MALCOLM: ¡Valor!... ¡Haga de la venganza su medicina!
MACDUFF: ¡Él no tiene hijos!... Dijeron todos...
LENOX: Los hijos y la madre, en una sola gavilla.
MACDUFF: ¡Milano del infierno!
MALCOLM: La tragedia como hombre valeroso recíbela.
MACDUFF: Déjenme antes llorarla como hombre solamente... ¡Mi esposa... mis tiernos hijos indefensos!... ¡Eran toda mi vida! ¡Y el cielo ha contemplado indiferente!... ¡Pecador Macduff, no por sus culpas, por las mías se cebó en ellas el tirano!... ¡Piedad para sus almas! ¡Dolor... dolor... dolor!
MALCOLM: Sea el dolor la piedra en que se afila la venganza... Haga de ese dolor el reducto invulnerable de la ira.
MACDUFF: Cierto. Ni llanto de mujer ni palabras baldías. ¡Pronto... pronto! Quiero encontrarlo frente a frente... ¡Busca, husmea, encuentra su corazón, venganza mía!
(Saca la espada) Y si se escapa, ¡que el cielo lo perdone!
LENOX: ¡He aquí una canción verdaderamente masculina!
MACDUFF: ¡Soldados, ballesteros, vamos a Dunsinania!... ¡En marcha todo el bosque de Birman!
(Avanza, saliendo por la izquierda un ejército cubierto de musgos y ramas. Oscuridad y mutación.)

CUADRO 13

¡JUGLARES MALDITOS DEL INFIERNO!

El mismo escenario del cuadro 12 - entran MACBETH, SEYTON y soldados. Detrás el MÉDICO.

MACBETH: Levanten nuestras banderas.
SEYTON: Dicen que avanza un poderoso ejército.
MACBETH: Esta fortaleza es invulnerable se mofa de todos los ejércitos. Que permanezcan en el bosque hasta que el hambre y la fiebre les devore los huesos. ¿Qué ruido es ese?
SEYTON: Son mujeres que lloran.
MACBETH: Casi he olvidado a lo que sabe el miedo. Hubo un tiempo en que el ruido de un ratón, en la noche, paralizaba mis sentidos. Y el relato de una conseja de comadres me erizaba el cabello y me helaba la vida... Me he saciado de horrores y el espanto, tan familiar un día, en esta cueva oscura de mi cuerpo, ya no lo sienten mi sangre ni mis nervios. (Entra un centinela) A usar tu lengua vienes. Dí enseguida tu historia.
CENTINELA: ¡Señor! Quisiera decir lo que he visto, y no sé cómo hacerlo!
MACBETH: ¡Habla pronto!
CENTINELA: Estaba de centinela, oteando, sin pestañear, a lo lejos, hacia el bosque de Birman mirando... y de pronto vi que el gran bosque se movía y caminaba ligero.
MACBETH: ¡Calla esa boca, miserable!
CENTINELA: Que su cólera me azote si no es cierto... Corrían las carrascas y los pinos... Era un bosque al galope... un bosque corriendo como un ciervo.
MACBETH: Si mientes, serás colgado del árbol más altivo hasta que el aire te diseque. Y si es cierto lo que anuncian tus palabras, puedes colgarme tú de la argolla más negra del infierno.
SEYTON: No hay tal bosque, señor. Las tropas enemigas se han cubierto con ramas y con musgos, y avanzan hacia aquí... Lo que camina es un ejército.
MACBETH: Comienzo a sospechar que se ha burlado de mi el diablo. Y que con la verdad enmascarada, me ha atrapado en el cepo. Sí... El oráculo me engañó con un equívoco... ¡Juglares malditos del infierno! Y lo del cántaro... ¿será burla y equívoco también?
MÉDICO: ¡También!
MACBETH: ¿Qué dices brujo médico?
MÉDICO: Yo asistí al nacimiento de Macduff... Macduff no nació por la boca del cántaro materno... Yo rompí el cántaro... con un estilete que manejaron estos dedos. Murió la madre y se salvó el infante porque las estrellas predijeron...
MACBETH: ¡No digas lo que predijeron! Has abatido la mejor parte de mi ser.
¡Maldita sea la lengua que me ha revelado este misterio!
(Saca la espada y atraviesa al médico.)
¡Esos zurdos espíritus oscuros que se burlan de nuestros ambiciosos pensamientos!
SEYTON: Señor...
MACBETH: ¿Qué pasa ahora?
SEYTON: Señor... su señora ha muerto.
MACBETH: Debería haber muerto ayer o mañana. Tal vez entonces hubiese habido tiempo para entender esas palabras. ¿Ahora qué significa decir que ha muerto? Mañana... mañana... Todos los mañanas avanzan con su paso tardo y quedo hasta la última sílaba registrada del tiempo, para alumbrar a la locura el camino, hacia el polvo, de los muertos.
¡Apágate, antorcha pasajera!
La vida es una sombra que camina en el viento... Un pobre cómico intranquilo y bravucón que recita su papel un momento en la comedia y luego... luego... nadie lo escucha más... Un cuento que nada significa, un cuento sin sentido es la vida, un cuento contado por un idiota, lleno de cólera y de estrépito.
SEYTON: (Entrando.) ¡Señor! ¡Señor! ¡Sálvese! La traición es general. Hasta la última piedra contra usted se ha vuelto. Hay una salida subterránea. ¡Ya suben!
MACBETH: Si es verdad lo que afirmó ese médico, poco importa que huya o que me quede... Comienzo a cansarme del sol, y ya quiero tan sólo que se desplome el universo. ¡Venga la destrucción! Haré, sin embargo, frente a la embestida.
(SEYTON: ¿Sin arnés?
MACBETH: ¿Para qué?)
VOZ DE MACDUFF: (Dentro.) ¿En dónde está ese perro?
(Sale Seyton. Queda en escena, solo, Macbeth. Saca la espada.)
MACBETH: Podría imitar ahora al romano y volver el arma contra mí; pero mientras el corazón como una hiena encarcelada, golpea contra esta jaula en mi pecho, las heridas, mejor que en mi carne, estarán en la carne de su cuerpo.
(Entra Macduff.)
MACDUFF: ¡A ti sólo he buscado!
MACBETH: ¡A ti sólo he temido!
MACDUFF: ¡Ríndete!
MACBETH: Aunque me haya traicionado hasta el infierno, aunque el bosque de Birman haya llegado a Dunsinania y tu no hayas nacido por la boca del cántaro materno, ¡No me rindo!... aquí estoy a pie de guerra.
Y aquí, desnudo, está mi pecho.
¡Quede maldito para siempre el que se rinda!
(Luchan. Después de un duro encuentro, Macbeth, salta el pretil que hay entre dos almenas, y su siniestra figura queda perfilada en el vano contra el cielo oscuro que se ilumina bajo el resplandor de un relámpago. En ese momento, Macduff, le lanza una estocada y le atraviesa el pecho. Macbeth se agarra a una almena y queda pendulando en el viento. Macduff lo remata.)
MACDUFF: ¡Muere, perro maldito del infierno!
(Otro relámpago. Oscuridad y mutación.)
EPÍLOGO

EL BARRANCO DE LAS BRUJAS

El barranco se abre en la base zaguera de Dunsinania. Arriba están luchando MACBETH y MACDUFF. Las dos escenas deben ser casi simultáneas. Si el escenario lo permite, puede verse al fondo, la torre y arriba el reducto almenado donde ocurre la escena anterior. Si el escenario es pequeño, la decoración representará sólo la base de la torre adonde llega el ruido de las espadas y los gritos de la lucha. LAS TRES BRUJAS. Lluvia, viento, truenos, relámpagos.

LAS TRES: Nos precede y nos anuncia el trueno. Nos trae y nos lleva un viento negro. Volaverum... Volaverum... Volaverum...
BRUJA PRIMERA: ¿Donde has andado Garduñona?
BRUJA SEGUNDA: En la lluvia, en el rayo y en el trueno.
BRUJA PRIMERA: Y tú ¿dónde has andado Sapo Viejo?
BRUJA TERCERA: Entre la niebla pálida y bajo el aire fétido.
LAS TRES: (Mirando hacia arriba.) ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... Tenemos una cita contigo en el infierno. (Hacen la rueda.)
Tres veces el gato atigrado maulló. Tres veces más una el erizo gruñó, y tres veces la arpía con su estrídula voz anunció: ¡Ya es tiempo!... ¡Ya es tiempo!... ¡Ya es tiempo!... ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... ¡Tenemos una cita contigo en el infierno! Giremos hermana y giremos. Hagamos la ronda... La rueda cerremos. ¡Gire la negra rueda!... Tres vueltas ahora demos bajo el relámpago, y el trueno. Tres... tres... tres hasta que sean nueve. Nueve es el número siniestro... ¡Esta es la maldición! El conjuro está hecho.
(Silencio.)
BRUJA PRIMERA: Oigo una batalla allá arriba, y me escuece la yema de los dedos. ¡¡Qué descienda el maldito!! ¡Descórranse cerrrojos y candados de la niebla!... ¡Ábranse, fauces tenebrosas del viento y vomiten a Macbeth!
(Cae Macbeth, desde la torre, en el corro maldito de brujas. Lo contemplan y dicen:)
LAS TRES: Lo feo es bello... y lo bello es feo. ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... ¡Macbeth!... ¡¡Tenemos una cita contigo en el infierno!!
(Se lo llevan volando o lo arrastran hacia el barranco donde desaparecen.)


FIN DE LA TRAGEDIA

2 comentarios:

Jorge Arturo dijo...

¿Y lo demás para cuándo Sol?

Claudio dijo...

Mira que yo estaba copiando mis textos...y ahora voy a tener que trancribir lo demás yo solito... pero igual gracias, ya me hiciste el paro por la mitad del texto, jijiji, beso, sol.